Durmiendo a la doctora Chan

Aleaga Pesant

LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - Eusebio Leal, historiador y miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, contó a la doctora Margaret Chan la historia de la emigración china a la isla, mientras la paseaba por la zona reconstruida de la Habana Vieja. Esa tarde, colmada de emociones, la visitante fue proclamada hija ilustre de la ciudad y se le entregaron las llaves, en presencia del ministro de Salud Publica, José Balaguer.

La Directora General de la Organización Mundial de la Salud limpió sus  lágrimas varias veces durante el acto, y resaltó su visita a Cuba, importante para la OMS, porque podría para ver y aprender de los esfuerzos que realiza el sistema de salud cubano.

Habló de la apretada agenda preparada por los anfitriones, y refirió que se consideraría insatisfecha si no hubiese sido así, porque conoce que en Cuba se hace un buen trabajo en la esfera de la salud.

El recorrido incluyó el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí y el Instituto Oftalmológico Ramón Pando Ferrer. La doctora Chan, por supuesto, no visitó al doctor Darsi Ferrer, director del Centro de Salud y Derechos Humanos Juan Bruno Zayas, preso desde hace dos meses en la cárcel de Valle Grande debido a sus denuncias de las violaciones de la ética médica, y de las epidemias que asolan la isla. 

Tampoco visitó a los prisioneros de conciencia del Grupo de los 75, entre los que se encuentran varios médicos, ni pidió que le explicaran la causa de la reaparición en la isla de la tuberculosis, enfermedad desaparecida hace más de medio siglo.

A la doctora Chan le prepararon un té de dormidera durante su viaje. Le hicieron creer que la ausencia de más de 32 mil médicos y paramédicos no afecta al sistema de salud del país. Tampoco le contaron sobre las estafas en el tratamiento de algunas enfermedades, como la retinosis pigmentaria que, supuestamente, curaba el fallecido doctor Orfilio Peláez.

Chan Li Po, genial detective, diría a la doctora Margaret Chan:

–Señolita, la etán dulmiendo.