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Sin santos ni señales

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, octubre, www.cubanet.org -“Acordémonos de Camilo”. La propuesta se nos extiende desde una valla inmensa, ubicada en una céntrica esquina de La Habana. Es otro entre los muy diversos conductos utilizados por el aparato propagandístico del PCC para dar lata en estos días en torno a la figura del comandante guerrillero Camilo Cienfuegos.

Durante las cinco décadas transcurridas desde su desaparición, en 1959, quizá ninguna otra campaña destinada a homenajearlo fue tan machacante como la de este año.

Parece obvio que ante la falta total de motivaciones vivas para sacudirnos la inercia, sin otro ejemplo que ofrecer que el dramático espectáculo de una recua de fósiles recalcitrantes, aferrados al poder como babosas a un palo podrido, y que para colmo insisten en autoproclamarse revolucionarios, el régimen ha resuelto probar suerte dándole nuevo lustre al halo de los santos de la revolución.

Lo malo es que sus santos también se hayan convertido en fósiles, tanto como ellos mismos.

Desde el prisma de las nuevas hornadas de cubanos, tal vez Camilo no sea visto hoy sino como un tipo sonriente y fotogénico, que todo lo resolvía a tiro limpio. No mucho más es lo que parece sugerir su imagen, una vez espulgada de la demagogia patriotera, la cual, qué duda cabe, no funciona ya en estos predios.

Puesta a competir con el glamour de tantos héroes fotogénicos y violentos, cuyas acciones sólo sirven para entretener a los paisanos mediante las películas del sábado, la imagen del guerrillero debe estar en franca desventaja. Es apenas vestigio que denota la existencia de épocas pretéritas, muertas y enterradas. 

Para bien o para mal (o para bien y mal a un mismo tiempo, que es lo más probable), los paradigmas tienden a cambiar de molde con el paso de las generaciones.

Y huelga decir que la bravuconería guerrillera no sólo está pasada de moda, sino que ha dejado en saldo, con demostraciones históricas irrefutables, su carga de barbarie y su estela de luto y de odio en el ámbito social, unido a un nefasto caos político en tanto propiciadora del río revuelto de las dictaduras, la corrupción, el atraso y el disloque de todos los soportes de la sociedad civilizada.    

Víctimas y espectadores de excepción ante el panorama de tan lamentables secuelas, nuestra gente, y muy particularmente los jóvenes y adolescentes, rechazan hoy a priori, por efecto de saturación propagandística y de coyunda doctrinaria, toda apelación al espíritu de lucha, el martirologio, la intransigencia, el sacrificio… 

Es algo que debieran saber los fósiles del régimen si no viviesen en la estratosfera, sordos y ciegos ante otra cosa que no sea la patraña que se han pintado para su consumo exclusivo y para la genuflexión oportunista de sus privilegiados.

No hace falta perderse en especulaciones en torno al lastimero carcamal, ventrudo y reaccionario, que tal vez sería hoy Camilo Cienfuegos, en caso de que le hubiesen permitido -y que él mismo se lo permitiera- vivir durante medio siglo bajo la sombra corruptora del poder. Fue un hombre entre sus circunstancias. Y apreciado así es fácil comprender que fuera enormemente popular.

Pero pretender la reactivación de su mito, ya trasnochado, como una señal contemporizadora de esto que aún llaman la revolución, es en rigor otra prueba, una más, de que el régimen no sólo desconoce el terreno que está pisando, sino que además se ha quedado irremisiblemente sin santos ni señales.

 

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