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Experiencia

Frank Correa 

LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - Pepe Macario, un viejo guantanamero que vive hace treinta años en la capital, contó la experiencia absurda que acaba de vivir.

Como su  pensión no le alcanza ni para empezar, puso en su casa un negocio de caramelos y durofríos. A veces vendía tabacos y cigarros al menudeo. Una vez quiso recoger listas de bolita, pero solo duró dos días en el giro porque jamás le han gustado los números.  

Cuando la cosa se puso fea después de los ciclones Ike y Gustav, Pepe se detuvo, no vendió más caramelos, ni nada más. Se dedicó a criar un puerquito en un corral que construyó en  el patio, recogía sancocho en los latones de basura y también tarecos de metal que amontonaba en un rincón para vender como chatarra. 

Dice que una madrugada lo despertó un corre corre  sobre el techo de su casa, y sintió que algunas tejas se rajaban, por lo que dedujo que no eran gatos. Se levantó a la carrera, abrió la puerta de la calle y quedó enceguecido por un potente reflector y voces que gritaban: ¡Arriba las manos!

Su casa estaba rodeada por la policía, había tres carros patrulleros, motos Suzuki y una ambulancia. Contó más de veinte policías, sumando los que estaban en el techo y le rompieron las tejas. Varios hombres lo cargaron en peso y lo metieron en un patrullero, entre dos policías mal encarados.  

Despertaron previamente a dos testigos del comité de defensa y a un militante del partido de la cuadra, para que presenciaran el registro que se efectúo en la vivienda. Pero no encontraron nada. Ni un chupa chupa. Ni siquiera un cigarro.  De todas formas lo trasladaron  para 100 y Aldabó, el centro de investigaciones de de la policía. Allí pasó tres meses en una celda tapiada. 

Lo primero que hizo el viejo Pepe Macario cuando entró en la mazmorra fue decir que no conocía la razón de su encierro. No habló absolutamente nada en los tres meses siguientes, ni siquiera en los interrogatorios, que se realizaban casi siempre de noche en una oficina congelada, o ante las amenazas del instructor de dejarlo pudrirse allí si no confesaba.

Tampoco abrió la boca en las horas de sol que le correspondían, una vez por semana, junto a otros reos; ni habló nada en las visitas con sus familiares. Como no encontraron evidencias que lo incriminaran, intentaban hacerlo hablar de una forma u otra, para ver si se delataba con sus palabras. Pero ni un ¡ay!  salió de su boca en los tres meses de encierro en 100 y Aldabó. 

Un teniente coronel  de la policía se entrevistó con Pepe Macario y le confesó que de todos los procesados en la Operación Coraza, que siguió a los ciclones de 2008, el único que se les escapaba era él, pero lo estarían siguiendo todo el tiempo, hasta agarrarlo en algo. 
 
Al otro día de la entrevista lo llevaron a juicio. Un abogado de oficio demostró que la prisión preventiva debía ser suspendida de inmediato, pues no existían pruebas contra su defendido. El juez le otorgó la libertad, dictaminó que  podía marcharse  para su casa. Pepe pidió  permiso y preguntó: 
-¿Por qué tantos policías y tanto alarde para coger a un viejo que no puede ni con su alma?  

El juez le impuso doscientos pesos de multa por falta de respeto a la autoridad. Le aclaró que tenía un mes para pagarla o iría a prisión.

 

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Edificio de El Vedado. Antiguo Seguro Médico en N y 23. Foto tomada en 2009
 
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