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Dragones y magos

Miguel Iturria Savón

LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - En estos días de octubre he llegado a pensar que J. K. Rowling, creadora del célebre Harry Potter, abandonó su escritorio de Londres para dar un paseo por Beijing y La Habana, donde quizás soltara a varios magos y hechiceros del Colegio Hogwarts para borrarle algunos pasajes de la memoria al gran dragón asiático y encantar a los mandarines insulares que celebran el aniversario 60 de la fundación de la República Popular China.

El primer acto de magia tuvo lugar en la Sala Universal de las Fuerzas Armadas, el 30 de septiembre, previo al mítico primero de octubre, fecha en que Mao Zedong tomó el poder en 1949, y declaró ante el mundo el carácter socialista de la nueva república, cuya marcha indetenible estimula aún a nuestros mandarines, a pesar de los desencuentros del pasado, obviados por algún encantamiento, o por la necesidad de relaciones clientelares entre el dragón de Beijing y los tigres de La Habana.

Como los discursos de la velada aparecieron en ambas capitales, nos acabamos de enterar que los sucesores de Mao Zedong ya no son traidores al marxismo-leninismo ni tigres de papel al servicio de los imperialistas yanquis y europeos, según la reflexión del 8 de octubre del ex presidente Fidel Castro, quien debe estar más débil que el tenebroso lord Voldemort para olvidar aquello de “viejo chocho” contra Mao, ordenar la recogida de sus libros rojos, denigrar a la revolución, a la banda de los cuatro, la invasión a Vietnam y otras travesuras del dragón asiático, cuyo embajador en La Habana tomó el elixir del olvido y aprovechó el acto solemne para “compartir los éxitos y las glorias de la construcción socialista”.

Que Zhao Rongxian dijera que China fue “un cordero bajo la masacre de los occidentales” hasta que Mao la liberó en 1949, parece un poco exagerado. Que negara los errores y horrores del maoísmo, condenados por sus socios rusos y hasta por Fidel Castro, y ocultara las hambrunas y masacres de su gobierno, incluidos los miles de jóvenes aplastados por los tanques en la Plaza de Tiananmen en 1989, habla de la ética del diplomático y de la política de silencio y represión de las autoridades de Beijing, amigas de la apertura económica sin cambios políticos.

Pero que el reflexivo en Jefe de Cuba, fascinado por los logros económicos del dragón asiático, invocara la historia para olvidarla, debe ser obra de encantamiento o cinismo.
Pienso en la segunda razón, pues justifica el maridaje por conveniencia entre los mandarines de Beijing y La Habana, quienes niegan por igual el respeto a los derechos humanos, pagan salarios miserables a sus trabajadores, tienen problemas con el medio ambiente, la calidad y el diseño de los productos, monedas devaluadas y una corrupción endémica que afecta a sus gobiernos y las relaciones éticas internacionales.

Hay artes oscuras detrás de la apología al aniversario 60 de la República Popular China, cuyo reciclaje en torno a Occidente, y no el socialismo rural concebido por Mao, favorecieron el salto en la modernización del país. Los mandarines de Cuba no quieren apertura, sino el poder absoluto. Mientras tanto, dependen de potencias comisionistas como China y Venezuela, y nos entretienen con discursos y maleficios contra el olvido.        

 

 
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