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¡A comer en el acuario! 

Juan Carlos Linares Balmaseda 

LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - “¡Sirven tremenda posta de pollo y cantidad de arroz moro en el acuario!” –exclamó un hombre en la parada de la guagua del Parque Central. Ante información semejante, un cubano no puede ser indiferente, y partimos dos días después, con la familia al retortero, hacia el Acuario Nacional, donde nos esperaba la apetitosa oferta.  

Pero (siempre en Cuba hay un pero) el transporte urbano estaba como de costumbre. Los ómnibus abarrotados sólo se detenían fuera de la parada, evitando que subieran más pasajeros. Algunas personas largaban la gandinga corriendo cincuenta, cien metros planos, nadie sabía si para subir a la guagua o romper el récord del jamaicano Usain Bolt.


Los taxis particulares también pasaban repletos. Si por casualidad paraba uno, el chofer decía que no llegaba a Miramar, donde está el acuario. 

Si algo hay que reunir aquí para aventurarse a salir a pasear con la familia es valor, y también dinero, para domar al caballo salvaje del transporte público.

Hace unos días se divulgó por radio la noticia de que muchos ómnibus rusos, comprados recientemente por Cuba, aguardan por compresores de aire y neumáticos. La voz del locutor parecía triunfal al recordarnos la crisis mundial del capitalismo, que propició el cierre de la empresa donde fabricaban los ómnibus. 

Luego de varias intentonas y pisotones colectivos, logramos abordar un ómnibus atestado. Dentro de un ómnibus habanero el calor humano se traduce en una apretazón tan solidaria que nadie encuentra el modo de caerse hacia ningún lado, pese a los frenazos violentos, curvas cerradas y acelerones.  

Muchos, en la pelotera que se arma, no pagan el pasaje. Otros echan en las alcancías cinco centavos, algunos veinte y otros un peso. Los últimos son los que sacan la cara por los que no llegan a los cuarenta centavos que cuesta el viaje.

Bajo un sol de miedo llegamos exhaustos al Acuario Nacional. La entrada para los mayores cuesta 4 pesos y los menores pagan 2 y 3 para cada actividad con delfines, focas o lobos marinos. Además, 4 pesos por cada función de los payasos Lucho y Patilucho.

 
El almuerzo, aunque algo más barato que en otras partes, no era lo que había descrito el hombre de la parada: un octavo de pollo 3.50, y por el mismo precio una exigua ración de moros y cristianos. El resto del menú, chuleta de cerdo y refresco, a precios y cantidades comunes; es decir, poco y caro; y las ofertas en divisa, igual de magras y por las nubes. 


Finalmente no fue un día tan negativo, aunque con los mismos peces de siempre. El regreso fue una odisea similar a la de la ida. La próxima visita será a casa de un vecino, a comer pan con aceite mirando su pecera.


 
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