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El abuelo, la nieta y el hospital

Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión

LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - La nieta reflejó  en su rostro la satisfacción de quien encuentra agua en medio de un desierto, cuando el chofer del taxi estatal le dijo que haría el recorrido hasta Mantilla, un suburbio residencial al sur de la capital cubana, donde su abuelo y ella viven. Sólo pidió al chofer que acercara más el carro a la acera para que su abuelo pudiera montar y se lo agradeció.

El abuelo caminaba apoyado en dos muletas y expresaba con su conversación un optimismo probado por sus noventa años de vida. Había ido al hospital de 26 y Boyeros a una cita con el médico para tratarse un problema renal.

Justo el día del cumpleaños 15 de una biznieta, le tocó su turno con el especialista. Tenían que hacerle un nuevo examen clínico. Según contó la nieta, salieron de su casa a las 6 de la mañana y arribaron al centro hospitalario a las 7 y 15; confirmaron el turno y se sentaron a esperar.

Pasadas 3 horas, la enfermera apareció para decirles que no podían hacerle la prueba al abuelo porque no había agua. La tormenta de protestas del público en espera fue incorrecta, porque “la enfermera no es quien pone el agua o la trae” -dijo el Abuelo sin mostrar agravio. Pero la nieta no lo entendió así y no paró de decir horrores del hospital y el servicio que presta a la población.

Aún cuando reconoció  la actitud de la enfermera en cuanto a garantizar los turnos para otro día, tampoco paró de enumerar las dificultades que hay que enfrentar para trasladar a un paciente a cualquier hospital o centro de salud, sobre todo si es una persona anciana con problemas para caminar. “Esas son cosas que pasan a diario”, sentenció el chofer.

No obstante, el buen humor del abuelo por el cumpleaños de su biznieta nada pudo opacarlo, y una y otra vez interrumpió la diatriba de su joven acompañante para pedirle que no olvidara llevar por la noche al evento la camarita de sacar película, y auguró cuánto se divertirían con los bailes de la festejada. “Será un evento internacional -pronosticó con picardía-, sobre todo cuando aparezca el padre de la nena, que vino del norte cargado de regalos que ella todavía no ha visto”.

La insatisfacción por el tiempo perdido se mitigó por la promesa del festejo de la noche. Para un abuelo de noventa añojos, la felicidad de la biznieta quinceañera era más importante que un tratamiento médico. “¡Ya he capeado tantos temporales en esta vida, que nada me intimida!” -dijo al bajarse del auto, con la certeza de que nada ni nadie puede vencerlo.

 

 
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