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Una lanza por Cucú Diamantes

Miguel Saludes

MIAMI, Florida, octubre, www.cubanet.org -La junta escolar de Union City en New Jersey, suspendió un contrato con la cantante de origen cubano conocida como Cucú Diamantes. La decisión tuvo lugar una vez que la artista exiliada regresara de su participación en el Concierto por la Paz celebrado el pasado 21 de septiembre en La Habana. La nota sobre el hecho tuvo pronta acogida en el sitio Cubadebate, que expresa los puntos de vista del régimen totalitario cubano.

El escrito, tomado de la página el Duende de Miami, despotrica contra la llamada Mafia miamense. Las figuras de Willy Chirino, Raúl Alarcón y Emilio Estefan, son responsabilizados por la represalia en contra de la compatriota residente en Nueva York. Por su parte el blog Lapolillacubana, en una versión informativa más abarcadora, hace una reseña sobre Cucú. Según aparece en este artículo, la muchacha salió de Cuba para estudiar arte y restauración en Italia. De ese país, dice el texto, “se mudó” para la ciudad neoyorkina.

Ciertamente Cucú Diamantes no es una cantante de reconocimiento popular, aunque su corta carrera está avalada por la fundación del grupo musical Yerba Buena con el que hizo dos discos.  Uno de estos, President Alien, estuvo postulado a los Grammy del 2005.


La invitación de Cucú al Concierto organizado por Juanes pudo haber tenido motivaciones rectas. Pero siempre queda una sombra de dudas conociendo las características de los anfitriones. Lo que ellos califican de mudanza, sigue siendo tomado como un acto de evasión. Mucho más si el que lo realiza, lo hace aprovechando ciertas bondades del sistema y para colmo con el desaire de irse a vivir al reducto del enemigo mayor. Parece que originalmente la invitación fue dirigida a Xiomara Laugart, a quien pusieron el gancho para que representara la faz del exilio cubano junto a Juanes. Según versiones, Laugart desestimó una oferta dirigida a través de Amaury Pérez Vidal, auto definido como amigo de la cantante.

El objetivo de este gesto aparente de buena voluntad, bien pudo contar con lo ocurrido a Cucú, quien sí aceptó el reto de cantar en la Plaza. La reacción del exilio cubano radicado al norte de Estados Unidos ha sido fuerte. Tal vez era lo esperado. La cara de la intolerancia y el radicalismo es una imagen que conviene al oficialismo cubano cuando presenta a sus detractores. Olvidando que la gran intolerancia parte del sistema establecido en la Isla donde decenas de artistas permanecen en el ostracismo al no comulgan con la ideología reinante o por expresar de manera demasiado explícita sus aspiraciones y criterios.

Cucú  no manifestó en su actuación nada que pueda calificarse de apoyo explícito al gobierno cubano. Si hubo algo favorable en su exclamación pidiendo una apertura del mundo hacia Cuba, la intención quedó desestimada prontamente para los veladores de la pureza del orden castrista. Estos deben haberse molestado con el estribillo de la segunda canción presentada por Diamantes. Yo lo que quiero es un avioncito que me saque de aquí. No conforme con esta desmesura lanzó una pregunta harto indiscreta: ¿Qué es lo que quieren las cubanas? Y sin esperar respuesta, o contando con el coro inaudible de la multitud, respondió por ellas. Quiero un avioncito, un burrito (o lo que sea) que me saque de aquí. Esa incitación seguro no pasó desapercibida para ciertos oídos, menos cuando se produjo en el lugar donde la voz de Papá Fidel condenó durante años a esos gusanos, apátridas que abandonaron el país, a no pisar nunca más el suelo patrio.  

En New Jersey simplemente ocurrió lo que esperaba, y deseaba, el gobierno cubano. El exilio sigue siendo el malo de la película mientras la propaganda de la isla usa el incidente para mostrar el rostro radicalidad que impera en el Norte. La soga se rompió una vez más por el lado más débil.

Cucú  tendrá que apelar a la dureza del diamante, con el que acompaña su sobrenombre artístico, para resistir el ímpetu de este fuego de intolerancia, sabiamente insuflado para mantener la división y el alejamiento entre cubanos. Una de estas intolerancias, aunque molesta, resulta comprensible. La intransigencia de la dictadura es su modo de existir. La otra, la que proviene de los que han perdido el preciado don de vivir en su tierra, duele.

Porque sin quererlo, contribuye a que su contraparte se mantenga con vida, y porque empaña el mérito de los que se levantaron con orgullo en tierra extraña para manifestar lo que significa y cuesta el sagrado derecho de vivir en libertad. 

 

 
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