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Oscar Elías Biscet y la mala suerte de la causa cubana en España

María Benjumea

SEVILLA, España, octubre, www.cubanet.org -El jurado del premio Príncipe de Asturias de la Concordia, otorgado este año a la ciudad de Berlín, no consideró suficientes los méritos de la candidatura del Dr. Biscet, o no lo consideró un pacifista. Lástima, porque un premio así habría ayudado a la causa cubana en España; el poeta Raúl Rivero rozó el tema en un artículo reciente, “El asombro y los malos recuerdos “: “a pesar de que este país ya padeció la dictadura franquista, los relatos de las prisiones cubanas (...) les parecen a los españoles historias de un infierno improbable y remoto, y se reciben siempre con un poco de asombro mezclado con el dolor y la incomodidad de la mala memoria”. La Mala Memoria.

La candidatura de Biscet fue promovida por un grupo de españoles y cubanos en Asturias con más de 10.000 firmas. Competía con otras 44, pero había dos finalistas que pueden servir de comparación: el jesuita español Enrique Figaredo, y el documentalista iraní  Maziar Bahari. Figaredo lleva 20 años al frente de Caritas Camboya en un centro de acogida a víctimas de minas antipersonas, pero se hizo antipático al gobierno  cuando denunció que España seguía fabricando minas. Bahari llevaba diez años en Pakistán e Irán rodando documentales arriesgados, y desde junio en una mazmorra de Teherán; en España la causa iraní es poco popular y, a pesar de sus influyentes padrinos, se quedó sin premio.

Biscet tenía  el apoyo del muy célebre padre Ángel, fundador de Mensajeros de La Paz, una ONG que trae a niños y jóvenes a operarse a España desde países pobres, premiada con la  Concordia hace varios años. Se unieron varios colegios médicos, entre ellos el de Asturias y la organización antiabortista y ultracatólica “Hazte oír”, considerada por una mayoría como de extrema derecha, y que sin duda perjudicó su candidatura. Es injusto comparar lo que denunció Biscet sobre la magnitud y lo dantesco del aborto en Cuba con los restrictivos supuestos de la ley española (que ha encausado a médicos, matronas  y mujeres por aborto ilegal), pero “Hazte oír” ha hecho una sonada campaña los últimos meses en contra de la reforma de la ley de aborto de 1984. Controversia eterna  que nunca resolverá el insondable dilema moral ante el aborto, pero en realidad el Dr. Biscet  se enfrenta  a la ideología dominante aquí y allí, utilitarista y acomodaticia.

Pocos días antes del premio, leí que  la socialista Asturias  había concedido la Medalla de Oro del Principado al vicepresidente del consejo de ministros de Cuba, cuyo nombre he olvidado pero es de ascendencia asturiana,  un interlocutor privilegiado para reforzar las relaciones empresariales, o algo por el estilo. Fue a recogerla el embajador. No me extrañó, pero fue un  mal augurio.

La muy importante Medalla de la Libertad que otorgó a Biscet el ex-presidente G. W. Bush, quien además recibió a su esposa en Washington, puede haber sido otro obstáculo, pues W ha sido el menos popular en España de todos los inquilinos de La Casa Blanca, no sólo entre la izquierda.

Un factor que quizá lo haya perjudicado también ha sido el premio del año pasado a otro hispano, Ingrid Betancourt, premio que resultó precipitado y oportunista. Ingrid adoptó un discurso místico, y evitó aludir a Uribe y a su estrategia militar y de inteligencia, gracias a la cual ella está libre. Hasta tal punto que, después del recibimiento triunfal en París durante varios días, con nuestros  divos de La Paz Sin Fronteras, y las veces que apareció con Sarkozy y su fascinante esposa, muchos creyeron que su rescate lo había organizado el mismísimo Nicolas. Fue un extraño espectáculo.

No obstante todo esto, que quién sabe, la ciudad de Berlín tuvo muy poderosos patrocinadores, entre ellos la Cámara de Comercio alemana en España, ocho premios Asturias anteriores y muchos eurodiputados con altos cargos de varios países. El jurado lo forman los miembros del Patronato, casi todos españoles y varones: políticos asturianos, rancios aristócratas, banqueros y grandes industriales (uno de ellos el más  bolivariano de todos los petroleros, Brufau, de Repsol). Se premió “la revolución pacífica que condujo el 9 de noviembre de 1989 a la Caída del Muro, y posteriormente a la reunificación de Alemania, que contribuyó al restablecimiento del equilibrio entre Oriente y Occidente”, y “a los millones de ciudadanos que construyeron sobre las cicatrices de la división una sociedad abierta, acogedora y pacífica”, “un nudo de concordia en Europa”.

Quien recuerda el lugar de refugio que  fue la Berlín dividida y aislada sabe que fue siempre una ciudad  especial. Me contaron unos berlineses hace unos años que la Caída del Muro trajo muchas sorpresas: pasada la intensa emoción de los primeros meses, se desató la fiebre especuladora con la reconstrucción de la zona este y los barrios turcos junto al Muro; se reclutó a “ossis”, polacos y checoslovacos como mano de obra barata pero cualificada. Los del oeste acabaron recelando de los miles de desarrapados del este o se burlaban del acento “ossi”; muchos se fueron cuando Berlín se convirtió en una gran capital normal, cara y peligrosa, llena de tensiones sociales y raciales, con el azote de los neonazis. Muchos “ossis” se refugiaron en sus pequeños apartamentos con sus precarios subsidios, inadaptados y clientela de los psicólogos de los servicios sociales. De los altos impuestos federales para financiar la reconstrucción surgieron grandes fortunas y mucho rencor.

Quizá estos berlineses críticos reflejen sólo la nostalgia de su juventud, y no todo haya sido tan prosaico en Berlín, pero algo hay de verdad. El Nobel Gunther Grass en su ensayo “Alemania, una unificación insensata”, acusó al oeste de haber privado de su identidad a los del este. Se encontraron con una sociedad demasiado ocupada como para escucharlos: sufrieron la misma maldición de los supervivientes del “gulag” y los campos nazis: “no nos cuentes más tu historia”.

Respecto al premio Concordia, ¿por qué premiar el triunfo contra el totalitarismo de hace 20 años y no una lucha contra lo mismo tan denodada y con tan escasos recursos como la de Biscet y sus compañeros, que aún están en ello? ¿Qué hará la rica Berlín con los 50.000 euros del premio?

Otros cubanos sin suerte han sido los cuatro ex-presos que llegaron a Madrid en el 2008. En abril, uno de ellos, Pedro Pablo Álvarez Ramos, denunció que estaban en un limbo legal, sin asilo político, sin permiso de trabajo y con el riesgo de quedar desamparados, pues el gobierno iba a retirar a La Cruz Roja los fondos asignados para ellos. Denunciaba que ni siquiera conocían los términos de la negociación Castro-Zapatero que los había liberado, y desterrado. Hace unos días leí en una revista digital que Pedro Pablo ha solicitado asilo en Estados Unidos para él y su familia, ya que el gobierno no le ha dado respuesta y se ve sin recursos para subsistir. Ni a las asociaciones cubanas ni a las humanitarias españolas  se les ha oído opinión sobre el tema todavía.

La asociación Cuba en Transición, radicada en Madrid, publica todavía en su página  los presos “apadrinados” por políticos del PP y de la derecha catalanista. El sevillano Javier Arenas apadrina a Biscet, el madrileño Pedro Moragas a  Ariel Sigler y el navarro  Armendáriz a Pedro Pablo. Quizá los ayuden en privado, pero en público no los mencionan. En pleno agosto  recibí un desesperado correo colectivo de la esposa de Ariel, Noelia Pedraza, como un mensaje en una botella lanzada por un náugrago: rogaba que contactáramos con un eurodiputado (todos de vacaciones) para que apadrinara a su esposo, muy enfermo y aún en régimen carcelario. Reenvié el mensaje a Moragas a través de la web del PP, y a un contacto en UPD,  nuevo partido liberal que  fue el único que debatió sobre Cuba en la campaña europea, y ha logrado un escaño en el PE. No volví a saber de ellos.

Noelia Pedraza, que vive en la provincia de Santa Clara, afirmaba en su mensaje que casi todos los presos tenían un padrino en el parlamento europeo, algo habría oído. Le respondí para darle ánimos y le dije cuánto me sorprendía esa noticia de los padrinos (ya había leído algo así sobre los diputados franceses de la Assemblée National y cuando investigué no era exactamente así). Me respondió un activista alemán de Miami que me mandó un dossier con fotos sobre 22 padrinos de presos en el Bundestag. El diputado liberal  Florian Toncar  aparece como padrino del hermano de Ariel, Guido: ¿no podía ocuparse de lo Ariel? Oscar Biscet tiene tres padrinos diputados alemanes, uno de ellos nada menos que el presidente del PE, Hans-Gert Pöttering. Hay excepciones, algunos catalanes de CiU, pero el tema  de los diputados europeos “padrinos” es una más de las farsas que tienen que soportar estos luchadores. No apoyaron la candidatura de Biscet en la plataforma oficial, y todos irán  a Berlín para su suntuosa fiesta el próximo 9 de noviembre.

 
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