El inventor
Frank Correa
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Pascual Martínez vive en las nubes, como los genios. Su tiempo transcurre dentro del “laboratorio”, un cuarto pequeño atiborrado de piezas, accesorios y tarecos que recoge en la calle. Su pasión es inventar, todo el tiempo.
Desde pequeño se entrenó en la búsqueda de soluciones para cualquier problema. A los cuatros años se construyó su primer juguete. A los siete arregló el radio de su casa, le devolvió el sonido al televisor y construyó una lámpara.
Nadie le prestaba atención. Su padre era alcohólico, su madre, inválida. Adaptó un sillón con ruedas plegables para que la discapacitada, además de mecerse en el portal se desplazara a la bodega, o hasta el puesto de viandas. Más tarde le instaló un motor de lavadora con transmisión que impulsaba las ruedas. La anciana se movía con una velocidad alarmante. Un día se estrelló contra un poste del alumbrado público y terminó postrada.
Padre y madre murieron casi al unísono, en el año 1993. Pascual se alistó en las Fuerzas Armadas, donde siguió inventando. Construyó marmitas de vapor para cocinas de campaña, hornos eléctricos destinados a la producción de pan y dulces, mejoró el desplazamiento de los camiones ZIL 130 en las montañas, con un sistema de poleas que ganó el primer premio entre todas las innovaciones de ese año. Ninguna de las invenciones de Pascual fue patentada. El dinero que producían se donaba a las Milicias de Tropas Territoriales, sin que jamás pasara un centavo por sus manos.
Disgustado con sus jefes, solicitó su licenciamiento del servicio activo y regresó a su casa, donde preparó el cuarto de sus padres como laboratorio. Vivió un tiempo de las utilidades que le proporcionaba el alquiler de un barre minas que logró llevarse cuando se despidió de su unidad militar. Desde diferentes puntos del país acudían los buscadores de oro, que pagaban muy bien por la renta del equipo, hasta que el artefacto dejó de funcionar y Pascual lo convirtió en cortadora de césped. Actualmente es una pulidora de pisos.
El inventor inició hace dos años la construcción de motonetas: cuatro gomas de auto, chasis, un motor de pequeño cubicaje perfeccionado que alcanzaba velocidad respetable. Contaba con un magnífico sistema de luces y claxon. Al último modelo le colocó una reproductora de música, le adecuó la posibilidad de andar con gasolina, petróleo o keroseno, indistintamente. Sólo pudo construir cuatro. La policía le impuso una multa por trabajar sin licencia, y le advirtió que no podía construir ni uno más de esos andamiajes rodantes que ponían en peligro a los ciudadanos.
Pascual confiesa que aunque tiene muchos proyectos entre manos, en Cuba es imposible inventar seriamente. Vive solo y es imposible entrar en su laboratorio, incluso cuando está trabajando. Habló a través de un agujero enmascarado en la puerta. Comentó algunas de sus proyecciones futuras. Un calentador eléctrico diminuto que puede guardarse en una caja de fósforos, una cama que cuando se recoge es una maleta. Llaveros que funcionan como antenas receptoras de señales televisivas. Y algo realmente novedoso, una esfera plástica flotante con motor fuera de borda, que puede cubrir la distancia entre La Habana y Cayo Hueso en un periodo tan breve que no quiso dar detalles. Asegura que será el primero en probarla.
|