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La impresión del visitante

Ing. Amador Gago Álvarez

ALAJUELA, Costa Rica, noviembre, www.cubanet.org -Al llegar a Cuba después de años de ausencia me recibió lo desacostumbrado: nunca había arribado procedente del exterior. Los funcionarios con y sin identificación visible, vestidos con ropas civiles o con uniformes sucios, desgastados y exhibidos sin garbo comenzaron  a clasificar a los visitantes.

A los compatriotas, residentes o no en el país, nos acosaron preguntándonos por equipos electrónicos, pidiéndonos regalos sin recato, sin respeto. Los que manipulaban los aparatos de revisión nos gritaron y ordenaron con desprecio y mal humor. Quizás nos envidiaban el haber transpuesto el Muro por unos días o probado suerte en otra parte. La lucha por sobrevivir ha convertido a la Isla en una jungla donde se libra una guerra sin cuartel de todos contra todos. Ni siquiera los turistas escapaban de tales aires de superioridad.

La educación que ha pregonado Fidel Castro durante décadas es una utopía. El tanto mentir y oprimir, el inducir el odio, la división y el aislamiento para mantenerse en el poder ha degradado al pueblo, transformándolo en una bestia insociable. La precariedad inducida es una forma de tortura; el organismo preocupado por las necesidades básicas no puede pensar en el entorno que lo sojuzga.

El equipaje de bodega, que en origen apenas había llegado a unos diez kilogramos pesó cuarenta. Yo no llevaba regalos, sólo un par de botellas de ron compradas en el Duty Free del aeropuerto de Panamá. A mi lado varios compatriotas fueron desplumados de esto y de aquello. Si llevaban dos paquetes de pañales desechables les quitaban uno --no se venden en la Cuba de finales del 2009--. Abrieron las maletas en el piso y desperdigaron los artículos, separando lo que les convenían. Los paisanos protestaron, se resistieron, pero algo siempre perdieron.

Por una computadora de uso personal exigían el cien por ciento del valor estimado por ellos, siempre por las nubes. Si se es cubano hay que pagar; una parte para el Estado, otra para los funcionarios de Aduana. El mundo globalizado ha dejado rezagada a la Perla del Caribe. El comunismo la convirtió en la nueva Tortuga, hospedera de mafiosos y de rufianes, la hizo retroceder al oscurantismo medieval.

Un amigo me llevó a su trabajo, es ropero de un hotel de la capital. Abandonó la investigación en el Polo Científico para poder pagar el servicio de telefonía celular luchando el baro, vendiendo sábanas y toallas. El mercado local está tan deprimido que la demanda supera la oferta; la ganancia está garantizada. Y me afirmó que, para su desgracia, arañaba un cachito del pastel. Los carpeteros ganaban cientos de CUC, confabulados con los gerentes, alquilando habitaciones supuestamente en mantenimiento preventivo. Las camareras hurgaban en las billeteras y en las cajas fuertes de las habitaciones, y eran temibles contendientes en la lucha por sustraer ropa de cama. Los extranjeros son una carnada, un blanco en una guerra de subsistencia que terminará colapsando al Sistema.

El amigo me confesó que tenía inoculado el virus de «manos sueltas»: no concebía la vida sin el desvío de recursos. Me aseguró que el número de turistas había disminuido respecto al año anterior, pero los medios oficiales lo refutan. Lo cierto es que casi no se ven por las calles, como hace varios atrás, desde que el CUC fue revalorado artificialmente, convirtiendo la Isla en un destino caro en el área. Los dictadores no quieren avalancha de turistas que traigan la verdad que incite la rebelión de los aplastados; prefieren que el  pueblo se muera de hambre. Así que requieren del embargo y de los enemigos para que carguen con la culpa del crimen que genera la ambición desmedida por el poder. El Sistema no cederá por las buenas hasta que la generación de la Revolución se pudra en el Infierno, como ocurrió en la ex Unión Soviética, aunque la Rusia actual es igual de restrictiva. Al castrismo hay que relegarlo por la fuerza, saliendo millones a las calles para enfrentar a los esbirros que los sostienen en el poder.

Otra amiga acudía al trabajo unas pocas horas al día y ganaba sueldo completo, el cual no le servía de mucho. La moneda nacional es un truco, pues no tiene valor adquisitivo alguno. Y supe de doctores graduados en Francia, antiguos colegas, que se deprecian en una oficina en labores insignificantes porque la Revolución no sabe para qué los necesita y los acostumbró a presumir de sus estudios entre los que no pudieron viajar, pero que son iguales de desgraciados. Para no pasar hambre hay que ser albañil, mecánico, inspector popular o hacer como mi otro amigo. Ella me confesó que su hija obtenía calificaciones extraordinarias, pero que los maestros emergentes no decían ni pío en las aulas. Ponían el televisor y dormitaban al fondo del aula. Por eso la pequeña consideraba que la escuela era aburrida; teques y más teques, la rutina diaria del país. El sistema represivo sobrevive llevando el centralismo a la máxima expresión. Los ignorantes hambrientos no pueden cuestionar con objetividad, cuanto más pretenderán escapar, y eso perpetúa la dictadura, una de las más sofisticadas de los tiempos modernos.

Me fui con la misma opinión de mis amigos emigrantes: Cuba no tiene remedio, es una ruina que deberá rescatar del olvido un foráneo. La historia patria ha sido tan tergiversada que hasta los testigos presenciales dudan de sus recuerdos. 

 

 
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