Sauro, el máximal
Frank Correa
LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - En el barrio de Santa Fe vive un joven negro que tiene como sobrenombre Sauro. Es alto y flaco. Sufre de serios trastornos psiquiátricos.
Proviene de una familia revolucionaria. Su padre es funcionario del Partido Comunista. La madre es profesora de la Universidad de La Habana. Su única hermana es Licenciada en bioquímica y trabaja en el Centro de investigación molecular. Sauro viene a ser como la oveja negra de la familia.
Vive en una residencia lujosa a la que se accede luego de atravesar un hermoso jardín. Cuando se entra en la vivienda el orden y la limpieza que se respira demuestran una férrea disciplina familiar. Una mujer entrada en años se encarga de la limpieza. La alimentación estable y los medicamentos mantienen a Sauro dentro de los límites normales de convivencia.
Pero no siempre la tranquilidad reinó en aquella casa. Las peleas de Sauro con sus padres para exigir que respetaran su espacio duraron mucho tiempo. Por su dificultad de intelecto no pudo cumplir su sueño de ingresar en la universidad para estudiar Cibernética. Entonces sus crisis arreciaron.
El padre solucionaba el problema internándolo en el hospital psiquiátrico. Era más factible mantenerlo alejado de la casa. Así la hermana pudo terminar sus estudios superiores sin contratiempos, y la madre ascendió a jefa de cátedra en la colina universitaria. Entonces Sauro decidió echar su gran batalla personal para demostrar su valía.
Hace tres años trazó un procedimiento minucioso para evitar los ingresos al hospital, comportándose como una persona lúcida. Fingiendo una estabilidad emocional a prueba de balas ha logrado engañar a sus padres. Dijo adiós a las peleas domésticas. Se baña y se afeita todos los días. Ignora a su hermana. Puso llavín a su cuarto.
A este ardid de fingir que es una persona normal le ha sacado resultados excelentes. Hasta tuvo un romance con una joven del municipio Bauta, también retrasada mental, que es parte importante de su plan, y la embarazó. El niño ahora es incentivo en su vida y sus padres no han podido reclamarle nada en los últimos tres años, incluso lo están apoyando.
Ayer lo visité. Estaba solo en la casa, con el niño, muy tranquilo bajo los efectos de sus medicamentos. Me dijo, muy serio, que había descubierto cuál era su verdadera misión en la vida: fundar la sociedad Máximal. Le pregunté de qué se trataba. Me contestó que era el futuro de todos los jóvenes de Santa Fe, la solución de todos los problemas económicos y políticos. Sus palabras contenían una convicción tal que me obligó a indagar en el asunto.
Aunque ahora nada más la componían dos miembros, él y su hijo, en un tiempo relativamente breve todos los nacidos después del año noventa ingresarían en Máximal de forma masiva. Todavía andaba rediseñando algunos conceptos básicos y estructurales de su nueva sociedad, pero me adelantó aspectos de su reglamentación interna. Se deben cumplir dos requisitos fundamentales para ser un máximal, y señaló una pared donde colgaba una señal de PARE. Esa es la primera exigencia, detener la marcha.
-¿Y la otra? -le pregunté.
Me tomó por el brazo y me llevó hasta la cuna donde jugaba su hijo.
-La otra es el lenguaje –dio una palmada y dijo-: ¡ruge, león!
El niño abrió la boca, mostró sus pequeños dientes, y articuló un sonido desafiante.
-Estás viendo al futuro cubano- dijo Sauro, satisfecho.
Aquello parece un disparate, pero su locura me puso a pensar en el futuro incierto de muchos niños y adolescentes, hijos de personajes, como mi amigo Sauro, que buscan afanosamente nuevos incentivos para seguir viviendo en esta sociedad cada vez más extraña.
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