¿Qué república era aquella?
Oscar Mario González
LA HABANA, Cuba, mayo, (www.cubanet.org) -Tres eran las fechas patrias de mayor relevancia durante la etapa republicana: el 10 de Octubre, que marcaba el inicio de nuestras luchas por la independencia; el 24 de Febrero, comienzo de nuestra última y definitiva etapa independentista y el 20 de Mayo, cuando se inauguró la república.
Todos los cubanos, sin excepción, celebraban el advenimiento de la república y nadie dudaba del beneficio y la bondad de aquel acontecimiento por el cual los hijos de Cuba se vieron libres del poder español luego de 4 siglos de dominación foránea. La república no tenía enemigos excepto los marxistas, y ello por razones doctrinales. Hasta el joven que acaudilló a los asaltantes del Moncada el 26 de Julio de 1953, durante el juicio en el que asumió su propia defensa, reconocía las bondades de la misma como fuente de derecho y libertades y sobre todo como motivo de esperanzas.
Ningún pueblo del continente tuvo que luchar tanto para conseguir su libertad. Las tropas cubanas que nunca excedieron los 30 mil hombres, mal armados, hambrientos y peor vestidos, tuvieron que combatir con fuerzas diez veces superiores así como mejor equipadas y abastecidas. Trescientos mil hombres llegaron a engrosar las fuerzas españolas si tenemos en cuenta los 60 mil voluntarios peninsulares y criollos y los 40 mil guerrilleros cubanos. Todo ello, con la habitual indiferencia de los restantes gobiernos latinoamericanos.
Tan ardua y prolongada fue aquella lucha que sus protagonistas
principales se creían en presencia de un sueño, cuando en el antiguo palacio de los capitanes generales arriaban la bandera americana e izaban la de la estrella solitaria, el 20 de mayo de 1902. Ni siquiera aquel hombre endurecido por la lucha y curtido en el combate, Máximo Gómez, pudo evitar que la emoción humedeciera sus ojos al exclamar, “Creo que hemos llegado”.
Y no se equivocaba el viejo guerrero. Habíamos llegado a la independencia con el primer paso de un recorrido mayor. No era posible llegar a la plenitud del camino, había que ir por tramos. En la ética geopolítica de finales del siglo XIX, con más de un 95% por ciento del continente africano colonizado, Asia formada por colonias y protectorados en su casi totalidad, la isla continente australiana dominada por el imperio inglés y hasta la vieja y culta Europa con bolsones coloniales en Noruega, Finlandia y los Balcanes, ninguna potencia mandaba a sus hombres a luchar a otro país para finalmente irse con las manos vacías. En tal sentido, los Estados Unidos de Norteamérica no eran los peores ni mucho menos. Desde el punto de vista imperialista eran mucho menos rapaces que ingleses, rusos, franceses y alemanes.
A los 57 años de vida republicana, en 1958, los criollos habían aprendido mucho sobre la mejor forma de convivir con el vecino poderoso y en una relación de tira y encoge, de toma y dame, la nación cubana era de las más prósperas del continente y del resto del mundo con indicadores económicos por encima de países europeos como Portugal, España, Grecia y Turquía y, similares a los de Italia y Japón.
Salvo en las dictaduras de Fulgencio Batista y Gerardo Machado, el ciudadano gozó de libertades y derechos civiles y políticos como para sentirse seguro y dueño de su destino personal. Durante los gobiernos auténticos los presidentes eran tachados de ladrones, bandidos y criminales sin elementos probatorios y no pasaba nada. A ninguno de los calumniadores se les tocó un pelo de la cabeza. Algo que hoy, parece imposible de imaginar.
Quizás la prueba más fehaciente del éxito republicano lo constituyan las oleadas de emigrantes que elegían a Cuba como lugar de asiento definitivo. Durante la primera mitad de esta etapa arribaron a nuestras costas más de un millón de inmigrantes. Casi la cuarta parte del total de la población. A un lugar donde no exista libertad, seguridad y progreso nadie acude; de un sitio así, donde no existan estos presupuestos, todos se van; eso es lo que sucede en la Cuba actual.
Hoy por hoy, cuando la televisión cubana muestra escenas de archivo, aparece el cubano de la república con señas de seguridad y satisfacción en el rostro que contrasta con el mustio semblante del cubano actual. Pero no nos engañemos. Aquel de entonces no estaba exento de problemas. La republica no era una panacea y en ella había mucho que cambiar o reformar. Mas el cubano de la república contaba con algo de que el de hoy carece: la esperanza, con la fe en un mejor futuro, en un porvenir más próspero y despejado.
He ahí la gran diferencia con el cubano de ahora que, ante el desengaño, el cansancio y la impotencia, ve y siente como única solución dejar la patria; abandonar su tierra, el mar, el cielo y las palmas. Esas palmas que, cual novias eternas del cubano, esperan siempre por él para fundirse en un abrazo de amor; en un abrazo de brisa y de sol. |