¿Regresaron al barullo y la recholata? (II parte. Final)
Oscar Mario González
LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - En tres cosas hay que reconocerle al régimen cubano destreza y eficiencia: en la represión, el control de los ciudadanos, y en la organización de actos públicos multitudinarios.
Cincuenta años de marchas, contramarchas y desfiles han sido suficientes para crear una superestructura dirigida por expertos en el arte y la técnica de movilizar a las multitudes, congregarlas y utilizarlas como recurso político-ideológico de incalculable valor propagandístico.
El recién celebrado desfile por el Día de los Trabajadores en la Plaza de la Revolución es la muestra más palpable de la anterior aseveración. Aunque los medios de prensa del gobierno no son unánimes en la cifra, se habla de 800 mil asistentes solamente en Ciudad de la Habana.
Este año los ideólogos del régimen acopiaron el mayor número de motivaciones teniendo en cuenta el enorme papel movilizador que tienen los símbolos. Así pues, la fecha estuvo asociada al 50 Aniversario del Primero de Mayo de la Revolución y 70 de la Fundación de la CTC (Central de Trabajadores de Cuba), merito este último que se le adjudicó, exclusivamente, al extinto líder obrero de filiación comunista, Lázaro Peña.
Como parte de los programas previos a la fecha fueron galardonados los trabajadores e intelectuales más esforzados y de mayor fidelidad revolucionaria, patentizada durante el medio siglo de bregar revolucionario transcurridos. Igualmente se organizó un trabajo voluntario a cargo del binomio UJC-CTC (Unión de Jóvenes Comunistas y central obrera) inspirado en la inevitable figura del Che como creador de tal actividad hace 50 año, el 22 de noviembre de 1959 en la localidad de Caney de las Mercedes, provincia Granma.
El grupo organizador del desfile puso de manifiesto su eficiencia movilizadora y organizativa, luego de tres años de inactividad debido al silencio raulista.
Los 15 municipios de Ciudad de La Habana formados en 16 bloques tuvieron a los maestros y al personal de la salud pública a la vanguardia del desfile, seguidos de los trabajadores afiliados a los diferentes gremios obreros. Todos, sin excepción, portando carteles de adhesión y respaldo al socialismo y sus dos figuras centrales, Fidel y Raúl. Siempre Fidel primero y Raúl después.
Al parecer, las cosas sucedieron según lo programado, pues no podría ser de otra manera luego de medio siglo organizando marchas y desfiles. Todos los cabos atados sin que fallara el más mínimo detalle. Cada eslabón de la cadena, debidamente tensada sin que ningún asunto, por nimio que fuese, quedara expuesto a la improvisación o al protagonismo.
El inicio y la terminación del acto; los lugares de parqueo para el transporte movilizador identificados como puntos de llegada y salida; los puestos de venta de chucherías; las pipas (tanque móviles) de agua y las letrinas para la evacuación de los desechos digestivos. Todo concebido en sus detalles según experiencia y destreza cincuentenarias.
En la tribuna, el caudillo y sus secuaces acompañantes en la tarea del control, el embullo y subsistencia. Líderes sindicales de segundo orden, embajadores extranjeros y personalidades amigas. Entre ellas, la más destacada por los medios fue la del nicaragüense Miguel D’Escoto, quien cumplirá también medio siglo viviendo del cuento del fantasma imperialista estadounidense.
Por último, hay que mencionar a los más de 2 mil dirigentes sindicales y de movimientos de solidaridad con el régimen, a quienes mostró la televisión cubana despotricando contra sus gobiernos y alabando al paraíso cubano donde nadie protesta porque todos se sienten satisfechos y felices bajo el manto protector de los padrecitos de la patria.
PRIMERA PARTE:
¿Regreso al barullo y la recholata? (Parte I de II)
|