Las madres siempre son madres 

Oscar Mario González 

LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - Casi todos los pueblos del mundo dedican un día a honrar y venerar a las madres. Los cubanos lo  hacemos el segundo domingo de mayo.

La tradición de rendirle tributo a las madres está enraizada en la convicción universal de que sólo ellas y sólo en ellas, se expresa en  toda su plenitud, ese sentimiento que es atributo exclusivo y supremo del ser humano y al que llamamos amor. Son ellas las que mejor saben y pueden querer. Todas las madres son buenas en el afán de proteger al hijo, y en el propósito común de proporcionarle felicidad.

Por tal razón, los gobiernos e ideologías de todas las épocas han tratado de congraciarse con las madres e incorporarlas a la propaganda como útil y eficaz recurso promocional.

En la Alemania de Hitler, el Día de las Madres se asociaba con la gloria de la nación, gestada por aquellas, cuyo honor supremo era engendrar a los hijos de la patria. Dar vida a los baluartes y promotores del pueblo germano, cuyo destino existencial era la conducción del mundo por los senderos de la grandeza y el poder. Tanto fue el abuso ideológico que hicieron los nazis de tan hermosa fecha, que la ocupación aliada se vio precisada a desalentar su celebración.

En los países ex comunistas del Este de Europa también se promocionaba a la madre como supremo bien de la patria socialista en su rol de progenitora de los hijos de la nueva sociedad sin clases antagónicas, cuyo fin era crear un mundo nuevo más justo y equitativo.

En la Cuba, durante los últimos 50 años, las únicas madres homenajeadas por el poder totalitario han sido aquellas cuyos hijos cayeron combatiendo contra la dictadura de Batista o contra el “imperialismo yanqui”, a cuyos esfuerzos se debe la “dicha” de contar con el país más “libre”, más “justo” y más “solidario” del universo.

Pero mirar así a nuestras progenitoras, equivale a reducir su amor de madre y subordinar este amor, así disminuido, a las intenciones políticas; conlleva a limitar un sentimiento cuya naturaleza es ajena a la exclusividad y al ceñimiento, cuya acción efusiva desborda en cariño y buenos deseos.

Todas las madres merecen igual respeto en tanto el amor que de ellas brota tiene idéntico sello de fidelidad e incondicionalidad. El amor de la madre del soldado mambí que luchaba por la independencia no era menor que el amor de la madre del soldado español que peleaba en defensa del poder peninsular; el llanto de la madre del asaltante al cuartel Moncada caído en la acción en julio de 1953, no era diferente al llanto de la madre del soldado caído defendiendo la fortaleza; la pena de la madre de los hermanos Sigler Amaya, o la de la madre de Normando Hernández, por citar dos ejemplos, ante la prisión que padecen sus hijos, no es menor que la pena que aflige a las madres de los cinco oficiales de la Seguridad del Estado presos en los Estados Unidos por espiar a favor del gobierno cubano.

Habrá de retornar el día en que nuestras madres no resulten privilegiadas o desdeñadas según el color político o ideológico con que el poder de turno las asocie e identifique. En que al decir madre se habrá dicho todo; en que el sustantivo que nombra a la más sublime realidad humana baste para identificar  la bondad infinita del corazón de madre.