Buscando al culpable
Miguel Saludes
MIAMI, Florida, marzo, (www.cubanet.org) -La derrota sufrida por el equipo nacional de baseball en el clásico 2009 motivó sendas reflexiones del Comandante jubilado. Desde su retiro de enfermo el dictador todavía hace notar el agobiante influjo que ejerce en todos los ámbitos del entorno nacional. El de los deportes, la pelota en particular, siempre contó con su personal interés.
Desde hace años el quipo Cuba no sufría una cadena de fracasos tan seguidos. Mucho menos la que sirvió de colofón a esta racha. El team cubano tiene dos grandes premisas en su agenda. Obtener el lugar cimero en cada competencia y derrotar a la selección norteamericana. Por ello fue tan amarga aquella final donde el conjunto comandado por Tommy Lasorda dejó a Cuba sin la medalla olímpica en Sydney. Pero lo acontecido en Beijing ante Corea del Norte y ahora en San Diego, además de inédito, preocupa al Comandante, quien reflexiona sobre lo ocurrido mientras busca culpables.
El enfermo patriarca es generoso a la hora de repartir culpas. La primera la carga sobre los organizadores del evento por incluir de manera “arbitraria” a la selección cubana en el grupo asiático, sin pensar en la condición caribeña de sus jugadores. No se explica la conexión que existe entre ser oriundo del Caribe o del lejano Oriente en la definición de un partido. El razonamiento que sigue Castro se corresponde con su lógica anquilosada. Se trata de un nuevo complot imperialista para eliminar a Cuba. Como el país revolucionario no ha podido ser vencido en las batallas de las ideas, los energúmenos capitalitas buscan ganarle en el terreno deportivo. “Volveremos algún día a ser potencia dominante en este terreno”, exclama Castro como una réplica de Napoleón tropicalizado.
Poco puede exigirle al equipo técnico cuando él mismo reconoce que desde la Isla se sugerían las estrategias y alineaciones que aquellos deberían seguir. De esa manera pudieron vencer nada menos que “al poderoso equipo mexicano.” Pero el Comandante rectifica de inmediato poniendo la bola caliente en mano ajena, al señalar que la dirección del equipo en San Diego fue pésima. Prepotente como es no puede pensar que del otro bando también existe gente capacitada para establecer estrategias y cuajar jugadas sin tener que esperar llamadas de Seúl o Tokio, ni vivir bajo la presión política que pueda significar un resultado adverso.
Los peloteros cubanos son excelentes, pero son humanos. Sus rivales son igualmente buenos y luchan por la victoria. Los japoneses tampoco son advenedizos en el baseball. Este deporte les llegó en 1873, casi al mismo tiempo en que fuera introducido en Cuba, siendo posiblemente el más seguido por los nacionales del archipiélago nipón. Corea del Sur tiene un mérito mayor al tener menos experiencia. Los coreanos formaron sus primeros clubes profesionales en 1982.
Se acabaron los tiempos en que el llamado equipo “aficionado” cubano se enfrentaba a verdaderos amateurs y los apabullaba con marcadores para los cuales tuvo que definirse el nocaut basebolero. Ahora la maquinaria cubana enfrenta a jugadores del mismo calibre. Ambos son profesionales porque dedican todo su tiempo a esta disciplina. La diferencia estriba en el monto del pago que reciben. Esa responsabilidad corresponde al ex gobernante Castro.
Al arribo a su patria, cada integrante de la delegación cubana recibió la reflexión del Comandante, obsequio especial que deberán estudiar para sacar conclusiones sobre la derrota sufrida. En el escrito se habla de la disciplina férrea de los victoriosos contrincantes. Castro alaba la metodología de entrenamiento de los asiáticos, remarcando algunos detalles. Los cientos de swing que deben hacer cada día los bateadores, el lanzamiento de cuatrocientas pelotas por parte de los pitchers, cifra que deben aumentar a más de la centena en caso de cometer errores, tomándolo gozosamente a manera de auto castigo. Acaso ya el director en Jefe esté pensando retomar este método para buscar mejores resultados.
Debería pensar, por ejemplo, en lo que hacen los japoneses, con sus deportistas veteranos, quienes después de un tiempo determinado pueden acceder libremente a las ligas profesionales. De esa manera se benefician económicamente y a la vez dejan espacio a figuras noveles para que muestren su talento.
Claro que el equipo Cuba no es responsable del revés. Sus errores, si es que pueden catalogarse de tal las decisiones tomadas al calor del partido, forman parte de una realidad donde cualquiera gana o pierde. Pero si de culpabilidades se trata, ellas hay que buscarlas en el engendro que convierte el terreno de las competencias deportivas en campo de batalla ideológico. Por ahí rondan los problemas y las culpabilidades.
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