Fruto espiritual, el mayor aporte del cese de las restricciones de viajes a Cuba
MIAMI, Florida, marzo, (www.cubanet.org) -Las medidas restrictivas aprobadas por la administración Bush desde el 2004 ya son historia. Desde el pasado 12 de marzo un paquete de leyes firmado por el presidente Obama las desestimó. A partir de ahora los cubanos residentes en Estados Unidos podrán visitar su país de origen todos los años, gastar mayor cantidad de dinero durante su estancia en la Isla, permaneciendo en ella por tiempo ilimitado y no por dos semanas como estaba estipulado en la regulación anterior. Más aún, terminaron aquellos condicionamientos basados en la proximidad consanguínea para justificar el viaje. Quedó restituido el carácter familiar a tíos, primos, sobrinos y suegros.
Alegría en las dos partes por este paso que de cierta forma contribuye a derribar muros. Ocurre que en algunas opiniones vertidas desde Cuba sobre este giro favorable de los acontecimientos, se aprecian desconocimiento y falsas posturas. Lo que significa un paso positivo para acercar y estrechar lazos familiares de una nación dividida, queda encerrado en el círculo de las consideraciones turísticas. Otros ni siquiera parecen haberse enterado del hecho.
La estadía de los emigrados en su patria tiene una connotación mucho mayor que la del visitante extranjero en plan de descanso, que utiliza tiempo y dinero para conocer otras tierras y culturas. El que regresa a su tierra, aunque sea de manera temporal, es afín al lugar. Allí la persona no es extraña. De alguna manera se conectan el terruño, el barrio, la gente que uno quiere y que se han quedado en el recuerdo o los sentimientos, transmitidos de una generación a otra. Es un viaje que implica re encuentro.
Cierto que en este tipo de visita lo espiritual no excluye la parte material. Artículos necesarios y el dinero que lleva el emigrado son factores a considerar. Incluso el trabajo ganancioso que garantiza a quienes de una forma u otra dependen de la economía turística. Pero poner todo el peso en ese extremo de la balanza resulta un acto incorrecto e inescrupuloso. Con ello se estaría quitando valor a lo que realmente importa en esta situación: el regreso y la re inserción de aquellos que nunca debieron tener como única alternativa marcharse.
Quedarse parados ante la fuente salvadora de divisas, alabando los surtidores que nutrirán restaurantes, tiendas, hoteles, paladares y casas de alquiler, sin ver la parte humana del suceso, es simplemente un descomedimiento. No hay comparación posible que equipare la aportación monetaria, por grande que esta sea, proveniente del turismo internacional, y la riqueza que significa el abrazo de los hermanos en su propia casa.
La mentalidad arraigada en Cuba sobre un mundo externo ambivalente, del que pueden venir agresiones o ayudas, tendrá que cambiar radicalmente. Esa concepción, falsa o incompleta, de la realidad, no es la que necesita el pueblo desgajado entre la ínsula y varios continentes. El cambio comenzará cuando se dé preferencia a un lenguaje integrador donde la aceptación y el respeto sean palabras mayores.
Mientras en la Isla alguna gente comenta favorablemente el acontecimiento, que conocieron por los parientes de Miami o a través de Radio Martí, la prensa nacional y los medios de comunicación oficiales omiten la noticia. Ni siquiera la mencionan. Los que solo dependen de Granma o el Noticiero Nacional de Televisión para informarse, ignoran este paso dado desde la otra orilla hacia la armonía. El silencio oficioso, como bien señala un amigo desde la tierra común, constituye una falta de respeto hacia los propios cubanos, separados objetivamente por la geografía y artificialmente por la política. |