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Viernes, Marzo 13, 2009

OPINIÓN DE LOS LECTORES

Sin relevo

Adrián Leiva 

MIAMI, Florida, marzo, (www.cubanet.org) -Han trascurrido varios días desde que el gobierno de La Habana anunciara los cambios ministeriales y la sustitución de los últimos funcionarios de primer nivel de la era del fidelismo. 

Los cambios no toman de sorpresa a ningún analista serio de la temática cubana, además son solamente los primeros que se producen dentro de un proceso de reestructuración gradual que debe completarse después del congreso del Partido Comunista de Cuba. 
Mas allá de otras valoraciones sin importancia y especulaciones sobre las razones para las sustituciones más notables -Carlos Lage  y Felipe Pérez Roque-, salen a flote otras verdades semiocultas que han escapado casi por completoaa la atención de la opinión publica. 

Fidel Castro dejó de mandar realmente en Cuba desde que se enfermó. El paso de los ciclones en el verano pasado en Cuba, retrasó el programa de cambios previstos por Raúl Castro, cuya etapa final será diseñada en dependencia de si se logran o no cambios en la política económica de Estados Unidos hacia Cuba. 

La Habana tiene los mecanismos para promover los cambios en su economía, con o sin los Estados Unidos, y puede lograrlo.  La cuestión es hasta dónde llegarán y qué profundidad tendrán los mismos. 

El fidelismo destruyo moral y económicamente el país. La supervivencia del poder actual depende en gran medida de la capacidad de trasformarse y dar un giro radical en la economía, que eleve el nivel de vida en toda la población y detenga el agresivo deterioro de toda la infraestructura material del país. Se trata de cambiar o perecer por inmovilismo. 

Ante tal disyuntiva, el fidelismo tiene forzosamente que dar paso al raulismo. Fidel y Raúl son hermanos, pero no iguales. Fidel es caprichoso, astuto e inteligente, dictador, audaz, calculador, desorganizado, dogmático, frio en sus relaciones humanas y familiares, buen arengador de multitudes; un castrador natural que no permite otras opiniones. Él y solo él. 

Raúl es todo lo contrario. Organizado, inteligente, dirige en equipo, escucha opiniones de asesores, se documenta y opera siguiendo la lógica no sobre los caprichos, es pragmático y se dice que mantiene relaciones normales y leales con su círculo de amigos desde su juventud, además mantiene una comunicación humana y normal con su familia. Carece de liderazgo de masas y no es buen orador, pero buen administrador. 

Ambos defienden el totalitarismo. El mayor, por medio de su persona; el menor, por medio del uní partidismo institucional. 

El fortalecimiento del control fiscal y administrativo de los recursos económicos del país, será de vital importancia para a una fórmula eficiente de producción y servicios. Esa es unas de las premisas con las que funciona Raúl y la razón de los cambios en el ejecutivo del gobierno. 

Sobre la sustitución de Carlos Lage y Felipe Pérez 

Carlos Lage venia desempeñándose en un cargo cuya función es ajena al  esquema de funcionalidad concebido por el Comité ejecutivo del consejo de Ministros. En la práctica fungía como primer ministro o más bien tramitador de las líneas ejecutivas centralizadas de Fidel. El nombramiento del General Guerra a este puesto lleva el cargo a las funciones de secretariado concebidas para tales efectos. 

Felipe Pérez Roque era un improvisado canciller, cuyo mayor mérito era ser el que “mejor interpreta el pensamiento del Comandante” según la nota que Fidel publicó cuando lo designó para tal cargo. Estaba claro que ya no cumplía ningún rol y para la nueva imagen del raulismo se necesitaba un experimentado diplomático al frente del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba. Bruno Rodríguez, el nuevo canciller, quien además conoce, y es bien conocido por, los medios diplomáticos de los Estados Unidos, es la mejor carta para los nuevos tiempos. 

¿Que lectura  se desprende de todo esto, al margen del cambio de ministros? 
El pase de cuentas a Lage y Pérez Roque por plegarse a Hugo Chávez, vender la soberanía nacional y declarar que en Cuba había dos presidentes, Fidel y Chávez. Tal afirmación puso en ridículo a Raúl Castro, Presidente en funciones por sustitución reglamentaria constitucional, y provocó el malestar del generalato cubano. Además, al parecer, por hablar más de la cuenta sobre cuestiones internas del gobierno en medios extranjeros. La insinuación de corrupción hecha por Fidel, hasta ahora queda en el plano de la especulación. 

La defenestración de los últimos cuadros puesto por Fidel Castro, sella la era del fidelismo y lo deja solo a el pieza de museo para la izquierda internacional y factor de contención sicológica para el pueblo cubano. 

Pero la lectura más interesante de todas es que el fidelismo o la llamada revolución cubana, no tienen relevo, ni continuidad generacional. 

Desde Luís Orlando Rodrigues, pasando por Lage, Robaina, Viky, Otto y sus antecesores; todos ex primeros secretarios de la Unión de Jóvenes Comunistas, nacidos y forjados dentro de la revolución y seleccionados por Fidel; hasta los ex presidentes de la Federación de Estudiantes Universitarios, Hassan Pérez y el ayudante especial Carlos Valenciaga, todos han pasado, destronados, “a mejor vida”, por diversas supuestas razones que van desde corrupción hasta “no estar a la altura de los principios de la revolución y presentar desviaciones ideológicas”. 

Le ha quedado a Fidel el triste papel de firmar la nota fúnebre de los últimos cuadros seleccionados por él, que han terminado su carrera política sacrificados en el patíbulo del fidelismo.

 

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