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Inventor de verdades

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, junio, www.cubanet.org -Hay muchas formas de mentir. La mejor -o sea, la más dañina, por eficaz- es la mentira con noventa por ciento de verdad pero cuya esencia tergiversadora radica en el diez por cierto que resta.

Y mejor todavía es este tipo de mentira cuando quien la practica no lo hace de mala fe, sino quizá por descolocación o por desidia.

El uruguayo Fernando Ravsberg, con un abultado expediente como corresponsal del servicio latinoamericano de la BBC en La Habana, ha publicado un texto con el cual, queriéndolo o no, dora la píldora a favor de nuestra dictadura.

“Pobrecitos los cubanos” es su título. Y con él Ravsberg no miente por exceso, que es el modo chambón en que suelen hacerlo los mucamos del régimen. Miente por defecto, con el tipo de verdad a medias que actúa como mentira neta.

Mediante el recurso facilón, tan manoseado por los periodistas extranjeros que reportan desde la Isla, de apelar a unos pocos ejemplos muy puntuales (la clásica aguja dentro del pajar) mostrándolos como pruebas para acreditar la generalidad, Ravsberg intenta poner en duda la pobreza que aplasta hoy a los cubanos.

Si nos atenemos a este bolo suyo, habría que aceptar que entre nosotros hay tantos adinerados como en cualquiera otra nación de América Latina, y que nuestros empresarios privados caben en el mismo saco que los millonarios mexicanos. 

Los ejemplos con que ilustra sus argumentaciones han sido mañosamente entresacados. Son los casos de cuatro o cinco personas entre más de 10 millones. Y para colmo, algunas de ellas parecen ser más elucubradas que reales.

Mentimos más de la cuenta por falta de fantasía, también la verdad se inventa, había dicho más o menos el poeta. Y Ravsberg la agarró al vuelo. Así que se puso a inventar verdades. 

Pero las que inventó en “Pobrecitos los cubanos”, pretendiendo el desmentido de nuestra brutal pobreza, terminan por ser apenas un ensarte de mentirillas con distintas gradaciones que él se dedica a blanquear citando prototipos muy aislados.

Desde el cuento chino de que hay cubanos residentes en la isla que le están financiando los estudios y aun la vida a sus familiares en los Estados Unidos; o la aseveración, falaz, risible, pero también irrespetuosa, de que el cincuenta por ciento de nuestra población no es pobre porque recibe ingresos en moneda dura, además de su salario en moneda nacional; hasta el enunciado (peregrino y manipulador) de la existencia aquí de exitosos empresarios privados que atesoran millones, o de una pujante clase media compuesta por cientos de miles de personas.

Por cierto, sobre estos supuestos pioneros de la fortuna individual en Cuba, el periodista incurre en la sospechosa aserción de que: “Tampoco se les puede vincular a todos con la clase dirigente, porque muchos no tienen ningún parentesco”.

Al parecer Ravsberg entiende que sus mentiras a medias son verdades sólo porque él las dice. En tanto, las verdades que vierten quienes se dedican a denunciar nuestra pobreza parten de “criterios sobre la realidad cubana que ya no están vigentes”. 

Por suerte la verdadera realidad resulta bien conocida por todo el que ha querido conocerla. Así que de momento bastará con dos leves puntualizaciones, que si bien no agregan nada nuevo a lo que ya se ha dicho, por lo menos ratifican su total vigencia. 

Lo primero es que en nuestro caso, el trabajo por cuenta propia (eso que Rvasberg llama eufemísticamente “empresa privada”) es una actividad azarosa en muy alto grado, que, a diferencia de cualquier otro país latinoamericano, funciona sin infraestructura legal y sin el menor amparo por parte de las autoridades.

Esto hace punto menos que imposible conocer al detalle sus beneficios económicos. Lo único que es factible deducir, por lógica, y aun por el propio estilo de vida de los cuentapropistas -aunque jamás por sus declaraciones confesas-, es que la inmensa mayoría de ellos vive al día en cuanto a solvencia económica.

Lo segundo es que la presuntamente exitosa clase media cubana no llega hoy ni a media clase, tanto por su empuje económico como social. Una buena parte de sus miembros no alcanza siquiera esa cierta seguridad material que es propia de su estatus.

Más que una clase media a la usanza, se parece mucho a la clase de los periecos de Esparta, aquella subespecie mediocre y miserable a la cual los gobernantes mantenían neutralizada otorgándole premisas económicas, restringidas, pero que les hacían sentirse por encima de la gran muchedumbre de ilotas, que era el pueblo esclavo.

Nuestros periecos no son sino ilotas acomodados (relativamente) por una pícara maniobra del poder. Lo poco que poseen es en préstamo y con humillantes tasas de interés. Al final, continúan siendo esclavos tan sometidos como el que más, pero con el agravante de no contar con la única ventaja del esclavo, el cual, según la socorrida sentencia marxista, no tiene otra cosa que perder más que sus cadenas.

Funcionarios con cargos en las capas medias altas del turismo, de la inversión extranjera o de otras actividades con más o menos disponibilidades económicas. Oficiales directamente subordinados a las planas mayores en el ejército y el Ministerio del Interior. Algunos pocos triunfadores en el negocio particular, cuyas ganancias responden casi siempre (a pesar de Ravsberg) a misteriosos resortes vinculados con instancias estatales. Artistas e intelectuales a quienes el régimen (por conveniencia o por cohecho) les permite, incluso les propicia vender el fruto de su trabajo en dinero válido, o sea, en cualquier moneda menos la nacional. Algunos (los menos) deportistas de fama. Algunos (los menos) técnicos y profesionales bien posesionados. Cierta parentela ubicada en la segunda línea del vínculo sanguíneo con la alta jerarquía o de su estimación. 

He aquí el núcleo de lo que tal vez podría ser considerada actualmente la clase media cubana, la cual, lejos de representar el éxito de la gestión individual, representa el ángulo más feo de nuestra pobreza. Son pobres de bolsillo y de alma.   

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