El cuento de la buena pipa

Leonel Alberto Pérez Belette

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - En Cuba los guajiros suelen decir que a veces el remedio es peor que la enfermedad. Las recientes instrucciones gubernamentales para el ahorro, fundamentalmente en el sector estatal, pueden tener objetivos razonables en una época de crisis económica mundial y futuro incierto en cuanto a las reservas de hidrocarburos; pero algunos ciudadanos opinan que determinados funcionarios, en su afán de cumplir metas y ganar escaños ante sus amos, se han pasado de lo justo y ya rayan en un ridículo extremismo que acarrea más problemas que soluciones.

Los gastronómicos de Jazzcafé, un concurrido centro que cobra sus servicios en divisas en los altos del complejo de tiendas Galerías Paseo, no saben cómo sofocar el calor del mediodía; sobre todo porque se ven obligados a vestir el uniforme invernal reglamentario. La gerencia del lugar determinó mantener apagado el aire acondicionado y han convertido el local en algo similar a una sauna.

Estos dirigentes de efervescentes neuronas, consiguieron espantar a los consumidores, que no soportan el enrarecido ambiente de una edificación que diseñada para funcionar con un sistema de aire acondicionado. Las moscas, poco a poco, se han adueñado del lugar. Durante la noche Jazzcafé se transforma en una discoteca; pero como van las cosas, en cualquier momento podría anunciarse la entidad como una sauna dentro de un paquete de aventuras naturistas, con el saludable objetivo de que los intrépidos clientes pierdan peso, o se deshidraten en el intento. Al menos, agua si se va a vender, aunque sea caliente.

La escena se repite en otros sitios de la capital y, para rematar, de cuando en vez, una falla en el sistema eléctrico se adiciona para ampliar la cuota de pérdidas debido a la descomposición de los alimentos.

En las tiendas recaudadoras de divisas ocurre un fenómeno similar. El calor está afectando, sobre todo, el estado de los artefactos electrónicos, los cosméticos y los mercados de productos alimenticios. En algunas tiendas se han visto en la necesidad de recurrir al uso de ventiladores, que supuestamente están destinados a la venta.

Hasta en los centros de la red de cambio de moneda se están aplicando estas medidas ideas y se puede ver a los infelices cajeros deshidratándose dentro de sus casetas de aluminio, que al mediodía se convierten en verdaderas  ollas de presión. Hasta el momento no se les ha ocurrido desconectar el sistema de alarma con tal de ahorrar; lo cual no sería improbable en esta suerte de surrealismo tropical.

En el sector donde circula la moneda nacional la situación se torna más angustiosa, pues en algunos centros de elaboración y fábricas, a los gerentes se les ha ocurrido apagar hasta los extractores de aire.

La fiebre del ahorro también ha reducido la frecuencia de salida de los ómnibus. Problema que ha incrementado el estrés que padecen los ciudadanos por no poder llegar a tiempo a ninguna parte.

En contradicción con el legajo de medidas y sacrificios que se le impone al pueblo, las luces y los aparatos de aire acondicionado de las suntuosas casas del los dirigentes, no se apagan durante la noche, y de algunos edificios militares, como el de A y Línea, permanecen siempre encendidos.

Mientras, los BMW, los Peugeot, y los nuevos autos adquiridos en China para el uso de las fuerzas represivas, transitan velozmente por las avenidas de la ciudad; transportando en un ambiente climatizado a los artífices de la campaña nacional de ahorro.