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Ponerse pa’ la pincha 

Oscar Mario González 

LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) - Medio siglo de comunismo, o de socialismo del siglo XXI, como se le dice ahora, no ha hecho posible que el habitante de la Isla “se ponga pa la pincha”. Es decir, que el cubano tome con seriedad el trabajo cotidiano y adopte una actitud resuelta y entusiasta en su puesto laboral.

Esfuerzos persuasivos no han faltado. Si en algo ha sido abundante y espléndido el régimen isleño es en lo referente a la cháchara y al lavado de cerebro. Acá podrá haber faltado casi todo, pero el teque político y la charla revolucionaria no han cesado de resonar en los oídos, ni aun en los días feriados cuando, lejos de aminorar, se ven intensificados.

Mas el cubano parece haber adoptado la posición de aquel simpático “Negrito del Batey”  del merengue con que tanto bailaron nuestros antepasados, el cual veía en el trabajo un castigo. Definitivamente, el cubano no acaba de “ponerse pa la pincha”.

El gobierno, consciente del fenómeno, adopta un doble discurso al respecto. Uno para consumo externo y otro para el país.       
                                                         
En el primero, para el consumo externo, afirma que éste es un pueblo heroico, laborioso y disciplinado  cuyos esfuerzos cotidianos no se han traducido en mayor prosperidad material debido al bloqueo imperialista. El discurso para el consumo interno varía, e incluye reproches y objeciones hacia la población que, según el gobierno, no pone suficiente empeño en la labor de construir el socialismo. Es el clásico ejemplo del marido insatisfecho que se pasa el día peleándole a la mujer pero, ante los demás, esconde sus faltas y la colma de alabanzas pues sabe que los errores de ella son el reflejo de las deficiencias propias.

Pero no veamos en esta contradicción entre el obrero cubano y su gobierno un motivo irreconciliable de crispación con dramáticos encontronazos. Ante la imposibilidad de cambio, uno y otro han terminado amoldándose  de manera que el trabajador hace como si trabajara y el gobierno, como si le pagara. El trabajador se acoge a la ley del menor esfuerzo, mientras el régimen practica le “retribuye” simbólicamente.

Claro que tal estado de cosas, además de menoscabar la pujanza y creatividad del cubano, empobrece al país. Pero lo poco que se produce basta para mantener las prebendas de la pequeña clase dirigente. Lo que venga en el futuro, es cosa de los otros.

De tiempo en tiempo el problema se agudiza y amenaza con convertirse en crisis de incalculables proporciones. Entonces, aparecen los estados de “excepcionalidad revolucionaria” con nombres bélicos, como la famosa “batalla contra el ausentismo”, o la “guerra por el aprovechamiento de la jornada laboral”. Al final del combate, las extenuadas tropas vencedoras logran avanzar un paso para rápidamente retroceder dos, con el resultado de un movimiento de cangrejo en el que todo siempre va pá´tras y pá´tras
La actual administración raulista ha iniciado otra acción bélica contra ese mal caracterizado por “no querer hacer ná”, o “hacer lo menos posible”. Ahora se trata de la “batalla contra las ilegalidades y por la eficiencia económica”, una de cuyas aristas principales es el combate contra la vagancia y el desaprovechamiento de la jornada laboral.

Una amplia cobertura en los medios de comunicación y una constante referencia al asunto por parte de la dirigencia política, presagiaban una redada al estilo de aquella emprendida en los años iníciales contra los ciudadanos sin vínculo laboral.
Afortunadamente la cosa no ha llegado a tanto y la retórica ha ido bajando de tono. Nuestras calles, en horario laboral, para asombro del visitante extranjero, continúan abarrotadas de gente joven de ambos sexos, como si esperáramos que la riqueza brotara de un manantial espontáneamente.

El cubano, definitivamente, “no se pone pa la pincha” en el terruño. Parece como si reservara su pujanza y talento para desplegarlos en Miami o Madrid, y, yo sé por qué. Todos sabemos el por qué de ese desgaño y de esa pereza.

Cuando de nuestras cocinas salga aroma de chilindrón de chivo, y ajiaco con chorizo y tasajo; cuando el hijo del obrero simple pueda lucir, aunque sea el domingo, un pantalón de marca como el que usa el hijo del dirigente, cuando el dinero suene en el bolsillo de nuestros trabajadores y, con nuestro dinero, podamos irnos de vacaciones al extranjero, como hacen los mexicanos y los brasileños; cuando podamos hablar sin miedo y ser como casi todo el mundo en el resto del planeta; entonces, sólo entonces, se pondrá  “pa’ la pincha” el cubano, como siempre lo hizo en el pasado, y la riqueza brotará junto a la alegría, como agua de manantial.

 

 
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