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19 de enero de 2009

 

OPINIÓN DE LOS LECTORES
 

El legado paradójico de George W. Bush

Miguel Saludes

MIAMI, Florida, enero, (www.cubanet.org) -Poco le queda por contar a quienes llevan meses restando los días que le faltan a Bush para dejar la presidencia. Ha sido arrancada la última hoja de cierto calendario publicado en Estados Unidos, una manera burlesca de cuenta regresiva sobre la estancia del mandatario en la Casa Blanca.  El almanaque, al que hace un año hiciera referencia la periodista de Juventud Rebelde Juana Carrasco, colocó en cada mes una cita poco afortunada pronunciada por el presidente republicano.

Pero contradictoriamente a lo que buscan sus detractores, Bush también quedará en la historia como el presidente que mantuvo flema y sentido humorístico en todo momento.

Hubo serenidad en la imagen del presidente al recibir la terrible noticia aquel 11 de septiembre, en momentos en que visitaba una escuela. Igualmente apenas se perturbó cuando un periodista egipcio le lanzó sus zapatos durante su última visita a Bagdad. El comentario del agredido “Lo único que sé es que eran un número diez” aludiendo al ataque, pasará como un detalle que perfile ese rasgo de su personalidad.

Algunos analistas se apresuran en señalar el tránsito de George W. Bush, como el peor de un presidente norteamericano por Washington. No pocos califican su gestión de nefasta, vaticinando que el legado que deja solo se destacará por la negatividad e intrascendencia de sus actos. Aunque comprensible, el estado de opinión no es justo en toda su apreciación. Sólo al futuro corresponderá dictar un veredicto más real sobre los errores o aciertos de Bush.

Hace ocho años, tras un controversial resultado en el conteo de los votos, George W. Bush era declarado el 43 presidente de Estados Unidos. A pocos meses de aquel mal comienzo se produjo el golpe mortal. Por vez primera en su historia, la nación norteña recibía un ataque sin precedentes contra objetivos económicos, políticos y militares, en el mismo corazón del país. La triple estocada fue recibida de lleno por el equipo que recién comenzaba a gobernar. La declaración de guerra contra un enemigo poco común y nada fácil de combatir fue un acto ineludible.

La guerra contra los talibanes en Afganistán contó con el apoyo casi unánime de la comunidad internacional. No ocurrió lo mismo con el conflicto iraquí. La operación encabezada por el ejército norteamericano y algunos aliados, sacó del poder a Sadan Husseim, archienemigo declarado de Estados Unidos y de Teherán. Tal vez en este último detalle se encuentre la mayor pifia de esa decisión.

Pero la etapa presidencial de Bush no sólo quedará sellada con los signos de la guerra. Otro de los grandes descalabros que enfrentó el mandatario ha sido una de las mayores crisis económicas que ha atravesado Norteamérica y el mundo en casi un siglo. Esta calamidad, achacada a su gobierno, venía cobrando vida desde hace décadas pero alcanzó su dimensión real en los últimos tres años.

La devastación del huracán Katrina a su paso por Louisiana será otro hecho negativo por el que será recordada la saliente administración republicana. Otra carga pesada colgada al historial del presidente. En las dictaduras el gobernante todopoderoso se desentiende de la responsabilidad por las fallas: Otros son los que terminan pagando la cuenta. En las democracias no ocurre lo mismo. La persona que ostenta el mando de gobierno recibe toda la fuerza de la mirada crítica.

En el contexto latinoamericano Bush fue un fuerte partidario de una reforma migratoria,  obstaculizada por legisladores de su propio partido. En este escenario su mayor logro quedó restringido a México y Colombia. Tal vez su éxito mayor en política exterior fuera el sostenimiento de la ayuda al gobierno de Uribe. Las derrotas infligidas a las guerrillas colombianas, el desmoronamiento de estas y el contén al desborde chavista que significó el dique granadino, cuentan a su favor.

En el tema cubano poco de nuevo hubo en la agenda que cierra. El error principal en este caso fue la aprobación de medidas restrictivas que a la larga resultaron en contra del pueblo cubano y no contra la dictadura que le oprime. Bajo el ciclo que concluye se produjeron las mayores ventas de productos alimenticios a la Isla tras décadas de cese de relaciones. A pesar de los gestos personales del presidente hacia la disidencia cubana, coincidió su última etapa con una drástica disminución, hasta casi la nulidad, de la ayuda material a los activistas cívicos.

Definitivamente la promesa gastada durante diez presidencias de dejar a Cuba en democracia quedó una vez más sin materializarse. No obstante hay que señalar que cuando el veinte de enero comience una nueva era en la vida política norteamericana lo que sí parece que se irá con George Bush es la impronta de Fidel Castro. Para quienes aseguran que Bush será relegado al olvido por las páginas de la historia, su trance quedará conectado de alguna manera con los últimos días de Fidel en el poder.  

 

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