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14 de enero de 2009
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Castrismo, política y béisbol (I parte)

René Gómez Manzano

LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - El régimen cubano, que acaba de cumplir medio siglo, no tiene logros que mostrar en el terreno de los hechos objetivos. Esto lo reconocen sus propios portavoces.

Pese a que la efeméride era ideal para hacer comparaciones entre 1959 y el día de hoy (en especial en el campo económico), en los numerosos discursos pronunciados y artículos escritos por estas fechas se han cuidado de evitar cotejos de ese tipo, que a la luz del desastre generalizado serían contraproducentes. Por sólo mencionar el ejemplo más obvio: comparar la producción azucarera de hace medio siglo con la de hoy.

No obstante, la propaganda sigue prestando especial atención a sus temas predilectos: deporte, educación y salud, aunque sin hacer tanto énfasis como en años anteriores.  Seguramente se han aplacado porque en esos campos (privilegiados durante decenios por los subsidios soviéticos) se observa el deterioro del sistema. Ejemplo de ello lo constituye el pobre desempeño de la delegación cubana en los Juegos Olímpicos del pasado verano.

Desde sus inicios, el régimen, como un rey Midas de nuevo tipo, ha politizado todo lo que toca. Esto es particularmente cierto en el caso de los deportes, en los que el grado de manipulación de los bolcheviques antillanos ha alcanzado ribetes de verdadera obscenidad. Cada triunfo alcanzado en boxeo, ajedrez o béisbol, ha sido presentado como una supuesta demostración de la excelencia del sistema. ¡Como si Cuba no fuese la patria de Kid Chocolate, Capablanca, Martín Dihigo, Orestes Miñoso y de tantos deportistas destacados que antes de 1959 se ganaron un puesto en el Salón de la Fama!

En ese asunto, como en otros, los castristas han roto las buenas tradiciones de antaño. Los que tenemos más edad recordamos que los triunfos competitivos cubanos eran de todos. Los enfrentamientos entre oficialistas y opositores no trascendían al terreno deportivo, pues ni al gobierno de turno se le ocurría atribuirse esos éxitos, ni a los que se le enfrentaban les pasaba por la cabeza menospreciarlos por el mero hecho de que hubieran sido alcanzados bajo el mando de sus adversarios políticos.

Ahora no sucede así. La manipulación llega a extremos increíbles. Los voceros del gobierno presentan un puñetazo noqueador o un batazo decisivo como un éxito del socialismo, y hasta del marxismo-leninismo. Esto ha dado lugar a que muchos compatriotas, tanto en Cuba como en el exilio, renieguen de los equipos de nuestro país, se duelan de sus éxitos y se complazcan con sus fracasos.    

Es más sensata la postura que los demócratas cubanos hemos asumido ante nuestros símbolos patrios.  Si por los comunistas fuera, la bandera de la estrella solitaria y el himno nacional habrían quedado para el exclusivo consumo de los Castro y sus seguidores. Es eso lo que constantemente proyecta su propaganda, que ha llegado a cuestionar el derecho a usarlos de quienes nos oponemos a sus designios. Pero no caímos en la trampa. Rechazando ese enfoque torcido, siempre hemos encabezado nuestros encuentros con los emblemas de la nación, dando así un rotundo mentís a las falacias del gobierno, y demostrando en los hechos que esos símbolos pertenecen a todos los cubanos.

 

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