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6 de enero de 2009

 

OPINIÓN DE LOS LECTORES
 

Chavismo, autoritarismo del siglo XXI  

Miguel Saludes  

MIAMI, Florida, enero, (www.cubanet.org) -Las últimas apariciones de Chávez centradas en la enmienda constitucional, a la que apela desesperadamente para afincarse en Miraflores por años, traen una remembranza caricaturesca del Duce italiano. Juramentos colectivos de lealtad, al estilo de una secta religiosa, virulentos ataques contra la oposición y la agresividad de los afectos rojos contra sus oponentes ilustran el panorama bolivariano. Los lemas que se corean, frases alegóricas a la pulverización, no se sabe si moral o física, así como los epítetos y poses, recuerdan los años del apogeo fascista en el viejo continente. 
 
La Editorial de Ciencias Sociales de Cuba publicó hace varios años un volumen dedicado a tres corrientes importantes del totalitarismo del siglo XX. Fascismo, Nazismo y Falangismo del autor Alejandro Galkin es el título de la obra dedicada al fenómeno de las dictaduras surgidas en Europa Occidental en los albores de esa época. El análisis del estalinismo y el maoísmo, de las que se derivan muchos de las dictaduras del presente, no forma parte del contenido de ese libro.
   
No hay grandes diferencias entre estas formaciones dictatoriales marcadas por la impronta de un personaje que pone de relieve su sello particular en el trasfondo ideológico que le sustenta. Hitler, Musolini y Franco tuvieron como contrapartida a Stalin  y Mao Tse Dong. Estos últimos, enarbolando el marxismo como enseña, acuñaron con su nombre la saga despótica que legaron a la humanidad.  

En estos días de turbulencia política que vive América Latina, los ismos personales amenazan de manera muy seria con reproducir nuevas tiranías, no obstante el atributo democrático en que estos gobiernos asumieran el poder. Lo acontecido recientemente en Nicaragua es un ejemplo de ello.

A diferencia del estalinismo, estas nuevas tendencias autocráticas no ofrecen una clara definición filosófica a su movimiento. Aunque dicen inclinarse por la izquierda, muestran habilidades ambidiestras. Su iconografía es igual de confusa. Bolívar alterna con el Ché. Dios con el socialismo. Cada caso tiene particularidades. El chavismo y el orteguismo conforman los paradigmas destacados. 
 
El nivel de fanatismo que se observa en la masa de seguidores de estos proyectos populistas no deja de ser preocupante, pues lo que se atisba en el horizonte es una amenaza de enfrentamiento contra los que no califican como auténticos o leales al hombre fuerte en el gobierno.  

Este relevo del fidelismo, que ya algunos comienzan a llamar raulismo para distinguir las etapas de la larga dictadura antillana, tiene antecedentes en la propia historia del continente. Gaspar Rodríguez de Francia y Manuel Rosas encuentran su paralelo en la nueva colección de caudillos iluminados. Patriotismo, proyección social y absolutismo, conforman el punto de contacto entre ambas generaciones de autócratas.

Rodríguez de Francia generó una paz interior en su país. Bajo su orden no había asesinos, ladrones ni mendigos. La situación financiera era calificada de buena. Su gobierno priorizó la educación. Pero ese clima benigno se basaba en el terror y la opresión. Algo similar ocurrió con el Restaurador de Leyes e Instituciones, Juan Manuel de Rosas, investido de todas las facultades ordinarias y extraordinarias para gobernar Buenos Aires. Usándolas a su arbitrio sacó a sus opositores de todos los cargos públicos. Expulsó a los empleados públicos que no fueran federales probados, y borró del escalafón militar a los oficiales sospechosos de antipáticos, incluyendo a los exiliados. Hizo obligatorio los lemas Federación o Muerte y Mueran los salvajes unitarios. También impuso el uso del cintillo punzó como distintivo de sus seguidores. Algo así como una boina bolivariana.


De manera similar a lo que ocurrió en el Paraguay de Francia o la Argentina de Rosas, en la Venezuela de Chávez ciertos beneficios sociales como la educación y la salud, alivio de la pobreza y una mayor independencia de los poderes extranjeros se conjugan con el ataque a las libertades. Las buenas intenciones primarias quedan anuladas por una cadena de hechos negativos. La proliferación de insultos (escuálidos, pitiyanquis, gusanos, cochinos, traidores); la invasión del color rojo hasta el frenesí vampiresco; discursos grandilocuentes, el imperio del gamberrismo, la represión a través de los cuerpos especiales y la asfixia sistemática del estado de derecho.

El escritor Roa Bastos en su novela Yo, el Supremo, hizo una profunda reflexión sobre el poder absoluto y lo que suele ocurrir con los portadores del virus tremebundo de la dictadura. Los proyectos y discursos quedan relegados al olvido o convertidos en una promesa siempre por cumplir. Al final aflora la precariedad del ser que quiere trascender sin importar el costo que ello conlleve. En este punto la libertad es lo que menos cuenta. Las coincidencias del socialismo a lo Chávez con otros "ismos" del pasado desmienten el carácter novedoso de la llamada revolución bolivariana. Bajo esta nueva apariencia, el cuerpo viejo del despotismo traspone los umbrales del siglo XXI.

 

REVISTA CUBANET
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