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Un músico llamado Chori

Valentina Cueto

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - Las playas de Marianao fueron famosas en el pasado republicano no sólo por sus exclusivos clubes de recreo, a los que acudía la burguesa de aquellos tiempos para socializar.

Estos centros se caracterizaban por su exclusividad. Se comenta que ni siquiera Fulgencio Batista fue aceptado en uno de aquellos sitios, por su condición de mulato. 

Cerca del antiguo club Náutico, uno de los más conocidos, existían otros centros  nocturnos, abiertos a los bohemios, y a gente de menos recursos, donde se presentaban artistas locales, conocidos sólo por los que frecuentaban aquellos antros. En uno de ellos trabajaba Chori.

El músico carecía de recursos e instrucción. Vivía en un solar de La Habana Vieja, y solía comer en el restaurante La Zaragozana, lo cual sería un verdadero lujo en los tiempos que corren. Chori  era capaz de sacar música de cualquier objeto. En cuestión de minutos, con los tarecos más inverosímiles armaba una marimba frente al público con la que interpretaba todo tipo de melodías. Chori era un verdadero showman.

Algunas personalidades de la época, como Ernest Hemingway, Marlon Brando y Errol Flynn, frecuentaban aquellos sitios, buscando en ellos lo más autóctono de la música popular cubana. Así fue descubierto El Chori, quien recibió un contrato de trabajo en el extranjero. Aceptarlo significaba trascender las estrechas fronteras en las que transcurría su existencia, “dar el salto”. Chori, según sus amigos, prefirió quedarse en el tugurio de Marianao en vez de recoger aplausos y reconocimientos en el exterior.

Muchos piensan que no estaba en sus cabales al no aceptar la oferta. Benny Moré, Rita Montaner, Bola de Nieve, Celia Cruz, Olga Guillot, por tan sólo mencionar algunos ilustres, fueron embajadores de nuestra música en los escenarios internacionales.

Poco después del triunfo de la revolución, los centros nocturnos de Marianao fueron clausurados por el gobierno y ahí se pierden las huellas de Chori. Comenzaron a aparecer en los muros y paredes de La Habana letreros con su nombre, en letras mayúsculas, supuestamente de su autoría.

Los habaneros, que no conocían al Chori, vieron reproducirse el misterioso cartel, sospechando múltiples mensajes crípticos en su contenido. Pocos imaginaban que se trataba del último testimonio viviente de un artista popular, sumido en el anonimato.

Hoy, sólo unos pocos recuerdan al Chori,  timbalero mayor de una ciudad encantada.

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