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De vuelta a las sombras

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press  

LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - La revolución cubana entra poco a poco en otro túnel decorado con murciélagos y sombras. Tal anuncio  excede las fronteras del sentido figurado. Literalmente acabo de padecer un apagón de cuatro horas que me ha puesto a sudar como si hubiera concluido una carrera de 800 metros con vallas bajo el sol.

Por suerte, en este segmento de la crisis que tuve y tendré que padecer en lo adelante, no debo temer la presencia de los vampiros alados. Volarán, pero en las pesadillas surgidas de la fusión de dificultades a padecer todos los días con mayor rigor.

La alarma suena sin sordina para que cada cual tome conciencia de las penurias que vienen y empiece a forjar sus planes de defensa.

Aunque el primer corte del servicio eléctrico en nada sorprende, sí revela que lo dicho por Raúl Castro en el discurso del 26 de julio último, se cumple al pie de la letra. En el barrio se cruzan los más disímiles rumores en torno a las restricciones en diversas áreas del consumo y los servicios que se irán instrumentando antes que concluya el verano.

Como no existe un calendario oficial, al menos de conocimiento público, de qué, cuándo y cuánto se va a quitar, pues el cruce de hipótesis, suposiciones y augurios sobrepasa lo inimaginable. Los más pesimistas adelantan un generalizado recrudecimiento en la oferta, que daría al traste con una situación similar a la que soportó el pueblo cubano en los primeros cuatro años de la década del 90 del pasado siglo.

En aquella oportunidad la crisis trajo la hiperinflación, un dramático descenso en los patrones alimentarios que devino en enfermedades asociadas a la desnutrición, el ciclo de apagones que convirtieron los equipos eléctricos en piezas de museo, y toda una zaga de privaciones que, de repetirse, es muy probable que terminen en un caos con graves connotaciones en el ámbito físico y psicológico de la población.

No me atrevería a valorar como totalmente ciertas esas premoniciones que viajan de boca en boca en barrios y ciudades de la Isla, pero tampoco las escucho con indiferencia.


Cualquier cosa puede suceder en un país gobernado por una casta de militares y burócratas volcados a defender sus intereses de clase desde la retórica, las medidas cosméticas y, por supuesto, el uso del garrote en sus diversas modalidades. La parálisis es el modo a través del cual pretenden obtener nuevos plazos para el usufructo del poder absoluto.

En la dilación de las soluciones a los entuertos nacionales y el empleo de la fuerza, descansa la estrategia de la llamada generación histórica de la revolución. Temen emprender el camino de las reformas, y con ello perder los privilegios y amparos que emanan del control político, económico y social ejercido de manera apabullante por más de 50 años. 
 
La élite ha sacado sus cuentas. Busca por los menos de tres a cinco años de gracia, el tiempo necesario para maniobrar entre insustanciales disposiciones a dialogar con adversarios y críticos externos, y  por otro lado, incentivar medidas internas con la finalidad de crear ilusiones de cambio, favorables a la obtención de mayores márgenes de aceptación por parte de los gobernados.

Dentro de un quinquenio, es lógico que muchos personajes de la nomenclatura estén muertos o marcadamente disminuidos como consecuencia de la avanzada edad. Para entonces, la mayoría de sus descendientes más cercanos estarán afincados en algún país foráneo o en intramuros, administrando las fortunas ganadas en los negocios con el capital extranjero.

Eso es fácil pensarlo ahora que todo parece estar bajo control. Debajo del sosiego se mueven otros elementos que se tienden a obviar por la excesiva confianza derivada de tantos años gobernando sin desafíos de consideración.

Los escenarios cambian o se crean a partir de la conjunción de muchos factores que escapan a las previsiones y a la manipulación de los estrategas.

La vida color de rosa no es eterna. Todo termina un día. Es mejor que ese fin sea sin traumas y ajustado a acuerdos inviolables. A fin de cuentas los que más tienen que perder son ellos.

Es una pena que sean recordados por su arrogancia, por los centenares de promesas sin cumplir y la brutal aplicación de la justicia revolucionaria. Y por obligarnos a sustituir el ventilador por un abanico y la luz eléctrica por una vela en pleno siglo XXI.

 

 
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