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La palma real en peligro 

Oscar Mario González 

LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - En Cuba todo está en peligro; todo corre el riesgo de ser arrastrado al infortunio. En tal contexto la palma real no podía ser una excepción.

En visita realizada a la provincia de Guantánamo, en el extremo oriental de Cuba, el secretario de la Comisión Nacional de Reforestación, Elías Linares, dijo que entre las tareas prioritarias de la Comisión que preside está la de sembrar más de medio millón de palmas reales en el país.

Se trata de duplicar la cifra de 280 mil de estas plantas destruidas el pasado año durante el paso de los huracanes Gustav e Ike, ambos de muy triste recordación para los cubanos.
El plan previsto para el presente año, según palabras de Linares, “marcha con lentitud y exige revertirse  en lo adelante con mejor trabajo en los meses de lluvia”.

La morosidad está generalizada de modo tal que, no sólo la reforestación de las palmas reales, sino todo lo demás, se mueve con la lentitud propia de lo que se hace con desgano y dejadez. La gente, como se dice popularmente, “no está en ná”. “No se pone pa’ las cosas”. El propio dirigente forestal parece confirmar lo anterior cuando reconoce que “la tarea no ha prendido con fuerza en los diferentes territorios”.

Se trata, nada más y nada menos, de que la población está extenuada de oír las mismas cosas durante medio siglo, sin ver resultados. Cincuenta años de convocatorias a la plaza, de sacrificios y privaciones pesan mucho en el ánimo de cualquier individuo.

Desde los primeros meses de triunfo revolucionario se habló mucho de la reforestación. La propagada política aludía a la nostalgia del cubano por la desaparición de los grandes bosques que hasta principios del siglo pasado cubrían la mitad del territorio nacional. Los beneficios que al entorno aporta la flora era un argumento convincente para sensibilizar a las personas con la tarea y para culpar a los centrales azucareros yanquis por la desaparición de nuestra riqueza forestal.

Pero la ambivalencia propia del discurso revolucionario mientras convocaba al ciudadano para la siembra de árboles,  impulsaba la famosa campaña contra el marabú donde los buldózeres arrasaban con cualquier mata que encontraban a su paso ya fuese un árbol frutal, maderable o simplemente, de beneficio ecológico, deforestando así el país. Hoy día los campos están cundidos de marabú como nunca antes y no pocas variedades de frutas cubanas resultan desconocidas para la mayoría de la población.

Sería muy provechoso para nuestro país el éxito de esta campaña de reforestación de la palma real. No poseemos datos de la cantidad de palmas existentes antes del triunfo de la revolución pero los ojos, que en estas cosas no engañan, hablan de una disminución notable. Ello no es nada raro y forma parte de esa tendencia de los últimos cincuenta años de que lo malo se multiplique y lo bueno disminuya o desaparezca.

La palma real es nuestro árbol nacional. A su belleza y cubanía le han cantado músicos y poetas de todos los tiempos. Cualquier referencia patria puede ser tan cubana como las palmas, pero nunca excederle en cubanía. Martí hablaba de poner la moral del cubano tan alta como las palmas y la revolución de 1959, cuando negaba enfáticamente ser comunista, proclamaba ser tan verde como las palmas. Más que en el escudo nacional, ella está en el corazón de los hijos de esta tierra.

Hay un hecho interesantísimo. Cuba a pesar de ser tan rica en variedades vegetales; de poseer ella sola mayor número de especies que el resto del archipiélago antillano; de contar con otros tipos de palmas más interesantes que la palma real, científicamente hablando, ha elegido a la palma real como su árbol nacional.

Ninguna como ella está tan difundida por toda la geografía de la Isla. Se yergue no sólo en el monte sino también en la llanura. Entre los mogotes de Viñales y en el apacible Yurumí matancero. En el árido Guanahacabibes y en el monte firme de Baracoa.
Su figura señorea toda nuestra campiña no sólo embelleciéndola, sino beneficiando, desde siempre, al cubano más humilde. Desde el aborigen hasta el hombre de hoy. De la palma nada se desecha, todo encuentra  utilización. La yagua, para el caballete del bohío, mientras que la penca se dedica a la cobija. Las tablas de su tronco, a las paredes, y el palmiche para la ceba del ganado porcino. Hasta  el racimo seco de palmiche se transforma en escoba.

En aras de la palma real bien vale cualquier sacrificio. Ellas siempre tienen un saludo de amor para la campiña. Están hechas para reírles a montes y sabanas; parecen moldear el carácter del cubano que, pese a tantas desdichas, mantiene su eterna sonrisa.

 

 
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