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¿Dónde está el socialismo? (I parte)

Oscar Espinosa Chepe

LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - “A mí no me eligieron Presidente para restaurar el capitalismo en Cuba ni para entregar la revolución. Fui elegido para defender, mantener y continuar perfeccionando el socialismo, no para destruirlo”.

Son palabras del Presidente Raúl Castro en su intervención ante la Asamblea Nacional del Poder Popular, efectuada el 1 de agosto.

Según ese criterio, la revolución existe, cuando desde hace tiempo se desarrolla un generalizado proceso involutivo en la sociedad. Asimismo, sus palabras reflejan la creencia de que ha habido algún tipo de socialismo en Cuba.

En los años 1960, mayoritariamente los cubanos creyeron en la revolución y recibieron con entusiasmo la proclamación de este proceso como socialista en abril de 1961. En los sueños populares se estableció la fe en el inicio de  un proyecto  que traería  prosperidad, igualdad y justicia social; donde los medios fundamentales de producción se pondrían en función de los intereses nacionales y el principio de distribución, según el resultado del trabajo, se abriría camino, sin dejar olvidados a los sectores desvalidos de la población.

Como decían los manuales de economía de aquel entonces, comenzaba una época de desarrollo armónico y proporcional, en un entorno estrictamente organizado y planificado, con el objetivo de satisfacer paulatinamente las crecientes necesidades materiales y espirituales de la ciudadanía.

Paralelamente, mediante la “insuperable” educación socialista, incluida la formación de las nuevas generaciones con la combinación del estudio con el trabajo- fundamentalmente en zonas rurales - y la masiva aplicación del trabajo voluntario, se crearía un hombre nuevo, desprendido de todo egoísmo, solidario y altruista, patriota e internacionalista, dispuesto a dar la vida por la patria, y hasta por la humanidad.

Pasada la ensoñación, la dura realidad demuestra que lejos de llegar a esos propósitos paradisiacos, hemos arribado a una sociedad llena de injusticias sociales y frustraciones, donde el trabajo ha dejado de constituir la fuente principal de satisfacción de las necesidades materiales y espirituales. Las confiscaciones de los bienes de propietarios privados no pasaron realmente a patrimonio del pueblo, sino de un grupo de poder que los ha gestionado al margen de los intereses de la nación, con una ineptitud extrema durante decenios, por lo que la propiedad social es un mito, un  engaño.

En  especial ocurrió con la tierra, que de recurso poseído por grandes hacendados antes de 1959, pasó a un Estado que lo ha administrado sumamente peor. En los hechos,  el latifundio privado fue sustituido por el estatal, mucho más ineficiente.

En cuanto al supuesto precepto de que los trabajadores pasarían de “clase en sí”, desprovista de toda posibilidad de ejercer alguna autoridad sobre los medios de producción, a “clase para sí”  dueña de ellos y principal protagonista del destino del país, ha resultado una estafa de colosales proporciones. 

En la práctica, los trabajadores cubanos como clase social han sido reducidos a la nada, sin derechos incluso a organizar verdaderos sindicatos que defiendan sus intereses, a realizar huelgas, a contratarse libremente y absolutamente imposibilitados de disfrutar de infinidad de avances obtenidos en muchos países, en los cuales las organizaciones obreras con sus luchas han logrado, por ley, tener representantes en los buró de dirección de las grandes empresas, en especial europeas, donde cualquier decisión de importancia debe tomarse en consulta  con los trabajadores.

Por el contrario, las supuestas organizaciones obreras cubanas no son más que prolongaciones de los brazos del Estado-Partido, diseñadas para explotar más a los trabajadores, sin que tengan derecho a reclamar. Son en grado superlativo nada más que la reproducción exagerada de las bandas transportadoras de los propósitos de control del totalitarismo,  conformadas por Lenin en la Unión Soviética.

En la conducción de la sociedad no se ha contado con los trabajadores ni el pueblo. Las consignas de desarrollo armónico y proporcional de una economía ordenada y planificada, así como la constante satisfacción  de las necesidades materiales y espirituales, hoy con toda claridad son una burla a la inteligencia de los cubanos. No se trata de un socialismo imperfecto, de la suma de 2+2=3, sino de un capitalismo de estado inepto e incapaz que ha sumido el país en el desastre. Calificar  a Cuba de socialista es una falsificación; una ofensa a los seres humanos que durante siglos han luchado y entregado sus vidas en aras de la justicia social y la hermandad entre los seres humanos.

 

 
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