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Quema de libros

Tania Díaz Castro 

LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - La historia de la quema de libros tuvo sus inicios en China, durante la dinastía Qin -361-206 a.C.- y sigue ocurriendo, para vergüenza del género humano, hasta el presente.

Se lamenta aún que la biblioteca de Alejandría, fundada en el siglo III a. C., la más famosa del mundo antiguo, fuera pasto de las llamas en varias ocasiones por órdenes de emperadores y califas, enemigos de Grecia, con sus más de 500 mil volúmenes y 43 mil en el anexo del Templo de Serapis.

Esta práctica de quemar libros, una de las formas de quemar ideas, sobre todo las que se oponen a un régimen establecido, continuó con los años. En nombre de la fe cristiana, impuesta por la Iglesia Católica, fueron llevados a las hogueras de la Inquisición, y en presencia de las multitudes, miles de libros.

Uno de los actos más bárbaros contra la humanidad fue la quema de 27 códices mayas en Mani, papiros que guardaban 870 años de investigación, perpetrada en 1560 por el obispo de Yucatán Diego de Landa.

En pleno siglo XX, y en el corazón de Europa y Asia, la quema de libros continuó por órdenes expresas de dictadores como Adolfo Hitler, José Stalin y Benito Mussolini.
En América Latina, una región caracterizada -tanto en el pasado como en el presente- por sus decenas de dictaduras castrenses y presidentes autócratas, la quema de libros se realiza de manera más discreta: son desaparecidos en las mismas imprentas, convertidos en materia prima.

En toda esta larga y lamentable historia no debe olvidarse lo ocurrido en Cuba bajo el régimen castrista en noviembre de 1968, cuando a petición de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, cumpliendo órdenes del gobierno, la unidad productora Mario Reguera Gómez, del Instituto del Libro, convirtió en pulpa  los libros correspondientes a los premios de poesía y teatro del IV Concurso de Literatura de ese año, Fuera del juego, de Heberto Padilla y Los siete contra Tebas, de Antón Arrufat, acusados, según el prólogo, de ser “partidarios de la propaganda imperialista de Estados Unidos y contrarios a la ideología de la Revolución”.

A pesar de la propaganda que hace el castrismo sobre sus logros culturales, el 14 de noviembre de 2007 el periódico Juventud Rebelde publicó un artículo titulado Libros al cementerio, lamentando que 16 mil 513 libros de gran importancia histórica, pertenecientes a la antigua biblioteca municipal de San Juan y Martínez, provincia de Pinar del Río, fueran quemados al llenarse de hongos, “a causa del deterioro que sufren dichas instalaciones culturales” -según aclara la información.

Pero lo que nunca ha lamentado la prensa castrista a lo largo de sus casi cincuenta años de vida, es la quema de libros que ocurre, sobre todo en los meses de invierno, en las 220 cárceles con que cuenta el régimen. Su población penal -más de cien mil  entre hombres y mujeres-, calientan el agua del baño haciendo pequeñas fogatas con los libros de las bibliotecas.

Tampoco menciona la cantidad de libros de numerosos autores extranjeros y cubanos que han desaparecido al considerarse prohibidos, como los de Carlos Alberto Montaner y del difunto Guillermo Cabrera Infante.

 

 
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