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El desamparo de Alba

Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión

LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - Desde el pasado marzo Alba y su hija penan por recuperar sus ahorros invertidos en un DVD, o la reposición por un aparato similar en buen estado. Ellas se ilusionaron con la posibilidad de ver películas en la casa e invirtieron los ahorros de la madre en un lector de DVD.

Una semana después de la compra llegaron a la vivienda varios trabajadores de la empresa eléctrica a trabajar en las líneas. Alba veía en ese momento una película mexicana, cuando una subida del voltaje dañó el equipo, y la mujer fue, sin transición, del gozo a la tristeza.

Cuando la hija regresó del trabajo y se enteró de la rotura, Alba se dirigió a la  empresa eléctrica para discutir el asunto y reclamar un documento que le permitiera reponer el equipo.

En la empresa, un funcionario le explicó que ellos se hacían cargo de los problemas que los técnicos detectaran en el momento que ocurrieran. Si no era así, sería su palabra contra la de él.

Al otro día regresó a la oficina con su hija para que ella explicara el caso de manera más convincente. El funcionario que la atendió el día anterior, casi sin levantar la vista de los papeles que tenía ante él escuchó el reclamo. Finalmente les dio una salida: entrevistarse con el sub-gerente. Pero estaba reunido y no las pudo atender de inmediato. Un empleado les recomendó que regresaran al día siguiente porque el hombre se demoraría en la reunión.

Al otro día el sub-gerente les dijo lo mismo, pero que, de todas formas, fueran a la tienda donde compraron el aparato. Allí mostraron la garantía. Sin embargo, para el hombre que las atendió ese documento era letra muerta y aconsejó que fueran al taller de reparaciones para que obtuvieran otro documento que certificara que el equipo se había quemado debido a una subida repentina del voltaje.

En ese momento Alba sintió que se asfixiaba. Era la sensación del desamparo y la impotencia. Cuando todo fallaba, no había a quién acudir. La hija protestó y Alba se lamentó por el tiempo perdido. Pero ni las promesas de su hija de resolver  la situación, ni los rostros de las personas que aguardaban su turno con el propósito de resolver un problema similar, la auxiliaron para salir del hueco adonde fue a parar su espíritu, algo digno de Frank Kafka.

 

 
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