La importante brevedad de un minuto a micrófono abierto 

Miguel Saludes 

MIAMI, Florida, abril, (www.cubanet.org) -La X Bienal de La Habana vive sus últimas semanas. Con ella llegaron a la capital cubana elefantes monumentales, cucarachas desproporcionadas y una alucinante nevada de poli espuma. Esculturas, obras pictóricas, fotografía e instalaciones, muestras de lo más novedoso del arte contemporáneo, pudieron ser apreciadas por un público ávido de esparcimiento.  

Quizás lo más importante del evento artístico fue lo más pequeño y lo que menos tiempo estuvo al alcance de la concurrencia. Un minuto de libertad ante un micrófono, el performance de Tania Bruguera montado en la Sala Wilfredo Lam, pasó fugazmente. ¿Cuántos capitalinos disfrutaron de esa breve oportunidad ofrecida muy pocas veces al ciudadano de la Isla? Sospecho que muy pocos.  

Algunas personas, alertadas de la puesta y las posibilidades que brindaría esa acción en vivo, no dejaron pasar el momento y lo aprovecharon. El discurso contra la censura, a favor de la libre expresión y la democracia, fue iniciado por la bloguera Yoanis Sánchez. Otros, asombrados por su intervención, fueron añadiendo sus voces a la representación artística. La noticia trascendió al plano internacional con la misma rapidez en que se produjo.    

Que el raro suceso se concretara, incluso tuviera un término feliz, se explica por el marco en que tuvo lugar. Afirman que entre los presentes se hallaba un representante de la cultura oficial. No hubo respuesta rápida para poner objeción a la osadía de los parlantes. Ni siquiera a la audacia de la creadora de intercalar palomas blancas revoloteando sobre los oradores, retrospectiva de otros discursos; o ante la escolta de dos actores vestidos de verde olivo, símbolo de rebeldía transmutado en emblema represivo.

Claudio Fuentes, después de hablar de dictaduras y presos políticos recibió el apoyo con manos alzadas de los presentes ante la pregunta si estaban de acuerdo en que las cosas cambiaran Es lógico que alguien se subiera al podio improvisado a decir que tenía miedo.

Tal vez las palabras más impactantes fueran las pronunciadas por una joven nacida en 1983. Claudia Cadelo expresó el deseo de una nación. “Que un día todos tengamos todos los minutos del día para decir delante de un micrófono todo lo que queramos” Su aspiración alcanzó mayor amplitud: “Que los que hoy tengan esa posibilidad, dediquen un minuto, o menos incluso, a decir la verdad” Ya fuera del escenario Cadelo dijo la mejor parte de su petición. “Qué un día la libertad de expresión en Cuba no sea un performance.”  

La réplica apareció varios minutos después. Vino en una declaración emitida por el comité organizador del evento. Los que intervinieron en el performance fueron acusados de personas ajenas a la cultura, ignorando que en una representación de este tipo el público se hace parte esencial de la obra. Retomaron la desgastada fórmula de llamarlos disidentes profesionales al servicio de la maquinaria propagandista anti cubana. Encomiaron otro trabajo que exponía realidades de minorías en otras regiones del planeta, negando legitimidad para la expresión del sufrimiento que aqueja a una apreciable mayoría del pueblo cubano. No podía esperarse otra cosa de los oficiosos a sueldo del Estado totalitario.   

Los medios informativos coinciden en destacar el hecho señalando el valor de los participantes. Otros quieren ver en la puesta un relajamiento de las estrictas normas del sistema político después del ascenso de Raúl al poder absoluto. No faltan los analistas eufóricos que hablan de lo que ellos consideran un acontecimiento inédito. Pero mientras el performance de Tania Bruguera duró apenas un minuto, desde hace años en las calles de la isla, sin tribuna, ni micrófonos, casi en medio de una sordera generalizada que traspasa las costas de la ínsula, decenas de hombres realizan una acción real, luchando por democracias y libertades.   

Lo hacen no desde el podio aprobado con más o menos reticencias, sino desde los umbrales de las cárceles. Lo personifica un grupo de mujeres en una demostración donde lo social añade ingredientes de arte. Cuando obsequian flores a su paso o sueltan palomas gritando la consigna libertad, frente a los ojos atónitos de los carceleros en el Ministerio de Justicia. Actos como este han tenido como escenario la Plaza que lleva el nombre del Apóstol. Su público asume el papel de mudos testigos, gente común que con el temor en los ojos dicen más que en mil palabras. Otra parte es más activa. Son ciertos personajes, en ropas de uniforme o civil, que interpretan de manera real su rol cotidiano represivo.   

En uno de esos actos vivos una poetisa, María Elena, tragó de manera poco artística y sin trucos, los escritos que había hecho a favor de la democracia. Heriberto, Néstor y Radamés fueron aporreados de manera convincente cuando hicieron un pedido semejante frente a embajada China en Cuba. Hubo una gran muestra, extendida a lo largo de la geografía nacional. Tuvo lugar en otro abril, hace seis años, en un montaje de juicios ignominiosos para condenar a setenta y cinco ciudadanos, simplemente por ejercer el derecho a la libertad y la democracia en su patria.