Estado de guerra
Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press
LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - Si “el respeto al derecho ajeno es la paz”, los cubanos vivimos en un estado de guerra permanente. Las descargas mortales de la impunidad se acumulan en el diario quehacer sin que nadie les ponga freno.
Ningún cubano escapa del terrorismo radial que se practica en los vecindarios, los ómnibus, los establecimientos, la calle y en cualquier sitio donde descanse o transite.
Si por cumplir las leyes caminas por la acera, aparte de cien perros, tres borrachos, cinco jineteras y un piquete de niños jugando a la pelota, encuentras una mesa de dominó que acuna en cada pata una cajita de ron planchao correspondiente a cada jugador. Además, corres el peligro de que la peligrosa vendedora de goma loca, el promotor por cuenta propia de tabacos, el enlace de una paladar, y los que estiran las piernas para que les vean las zapatillas Adidas, te increpen si osas rozarles con el pie o pides permiso para pasar.
“Coge la calle”, es el lema gentil de oso despertado a macanazos con que prefieren evitarte que un balcón te caiga en la cabeza, un búcaro con un girasol artificial se te clave en el rostro, o un nailon contentivo de caca de tres días haga plaf en tu hombro a una velocidad de descenso de cinco pisos.
En esta sabrosura del cubaneo rítmico, la identidad nacional y el mal rayo te parta si protestas, se nos va buena parte del día. La otra en “atiéndame, por favor. Vine hace diez meses. Me corresponde por ley”, y otras deslizaderas por una autopista de vaselina que se pierde en el infinito esplendor de la ineficiente burocracia cubana.
Al parecer, la privacidad es un concepto derogado por decreto ante el empuje colectivo. La irrupción de las masas sin control en la vida social del país pone los nervios de punta al más apacible ciudadano.
Se acabaron las tardes de lectura en el balcón si no quieres ser víctima de un pelotazo. Las apacibles siestas potajeras o las sobresaltadas de un congrí se quedan truncas ante la visita intempestiva del cobrador de la luz, el agua, la electricidad, el fumigador y el trabajador social, entre otros personajes que no descansan, ni dejan descansar, en su inútil batalla en busca de sosiego.
De nada sirven leyes, decretos, inspectores o policías contra la indisciplina social, la alteración del orden público y otras bacterias que no se matan con mensajes televisivos ni fumigación.
Hasta los más tolerantes con el dicen que temperamento explosivo del cubano, hoy parten lanzas y exigen rescatar los extraviados valores de una educación ciudadana perdida en las últimas décadas.
Cansados de alabar el alto índice educativo del cubano promedio, su nivel cultural acrecentado con los programas sociales, hoy piden que sin titubeos ni concesiones se apliquen las medidas y normas que controlen el desbordamiento de las indisciplinas en el comportamiento público.
En esta guerra de exterminio contra las buenas costumbres, sólo hay un perdedor: el pueblo.
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