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Ecos de un concierto

José Alberto Álvarez Bravo

LA HABANA, Cuba, septiembre, www.cubanet.org -Doce hombres en pugna es -para mí- uno de los más importantes filmes de todos los tiempos; de los que más ha influido, de manera general, en mi pensamiento. Inolvidable la escena en que el último renuente acepta la inculpabilidad del reo, declinando sus razones personales para decidir destinos ajenos.  Esta escena acudió a mi memoria al leer ¿Quiénes ganaron? (Perspectiva, el Nuevo Herald, 23 de septiembre de 2009), redactado por un hermano exiliado, -Armando R. Roig- a cuyas razones confiero mi más reverente respeto.

En el filme, el primer jurado que alega no estar convencido de la culpabilidad del reo, me lo evoca Nicolás Pérez (Paz sin fronteras, ídem), apoyado por Pedro Alcocer con Algo diferente por el pueblo cubano, -en la misma página-, y Dora Amador (Que Dios te bendiga, Juanes) también de el Nuevo Herald, 22 de septiembre de 2009.

Este evento cultural, -que al involucrar a Cuba navega en aguas políticas-, ha significado una costosísima derrota moral para la dictadura castrista, que sólo ha podido contar con el apoyo de Vigilia Mambisa (y otros pocos), organización que le permitió a aquella propagandizar, ante el pueblo de la isla, la imagen de un exilio tan energúmeno, retrógrado y anticubano como el régimen mismo.  

Evaluar los ecos de este concierto nos convence de que ha habido para todos los gustos.
Para algunos su fracaso es evidente, pues no logró derrocar lo que queda del tambaleante estalinismo caribeño.  Obviamente, para ellos era lo mínimo que tenía que suceder. Para estos bien intencionados patriotas, -que tal vez estén convencidos de tener a punto la fórmula mágica para solucionar la tragedia cubana-, el hecho de que se haya gritado –reiteradamente- en la Plaza Cívica José Martí que “es tiempo de cambiar”, no tiene la más mínima importancia. Tal parece que para merecer un tibio reconocimiento de estos valerosos adalides, Juanes tenía que regresar a Miami con la cabeza de los Castro como trofeo.

Para otros, -probablemente (gracias a Dios) la mayoría- Paz sin fronteras certificó la muerte política de la anacrónica ideología castrista.  Paz sin fronteras quemó el oxigeno moral en que alienta la moribunda bestia verde olivo.  Paz sin fronteras demostró al mundo la validez del mensaje contenido en uno de los números más antológicos del cancionero de José José, según el cual “nada es para siempre, y hasta la belleza cansa”.
Ha quedado probada, por enésima vez, la innegable exactitud de la sentencia bíblica de que “hay de todo en la viña del Señor”.

 

 
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