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Cuqueando al muerto (II parte)

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - Los constructores clamaron por solución al perenne desbarajuste en los suministros de materiales que les obliga a permanecer semanas, meses, inactivos, mientras que luego deberán matarse trabajando día y noche para entregar las obras, mal terminadas, chapuceras, como saludo a cualquier efeméride. 

Los jefes de grupos, los administradores de establecimientos, los responsables de cargos intermedios vinculados directamente con la producción y los servicios, reclamaron cuotas mínimas de autonomía para desarrollar sus gestiones del diario.

Los profesionales de todas las ramas comparaban, perplejos, sus exiguas ganancias con las de cualquier portero o limpiador de pisos en la industria turística. 

Los intelectuales, los presuntos formadores de opinión, cantinflearon (tanto en las asambleas como a través de unas pocas publicaciones periódicas) en torno al “cambio de todo lo cambiable y la permanencia de todo cuanto merece quedarse”.

Aunque no todo fue hojarasca. Ciertamente, no dejaron de esbozar algún que otro concepto con sustancia. Digamos, por ejemplo, la descentralización administrativa y la utilidad de explorar el desarrollo de pálidas formas de propiedad privada como puntos de partida imprescindibles para enfrentar los problemas.

Desde las agobiantes dificultades con la vivienda hasta los altos precios del mercado agropecuario. Desde la corrupción y la doble moral que nublan toda actividad económica y todo acto público, en todas las instancias, graduaciones, niveles, hasta la dos monedas, impuestas arbitrariamente y ahora sin remedio a corto plazo, como no sea mediante nuevas arbitrariedades.

Desde la cabalgante degradación en los servicios de salud y en la enseñanza, desde los ya históricos bajos rendimientos en la producción de bienes, hasta la indisciplina social. Desde el burocratismo y el irrespeto en todas las esferas de atención al público, hasta el apartheid turístico que sufre nuestra (dicen que soberana) población, muy en particular los más pobres... 

Son apenas unas pocas de las píldoras que en aquella ocasión le dejó caer la gente al régimen y por las cuales, más temprano que tarde, se cansó de esperar respuestas concretas. Sobre todo, debido a tres motivos: a) pudo comprobar enseguida que la discusión no era tan libre, abierta y espontánea como se anunciaba; b) concluyó, además, partiendo de anteriores experiencias, que el riesgo de “marcarse” echando flores por la boca no iba a ser correspondido con soluciones, sino que más bien se estaba convocando a un ejercicio de catarsis colectiva, cuqueando a un muerto, con río revuelto para la exclusiva ganancia (de tiempo) por parte de quien convocaba; c) el propio régimen se ocupó desde el inicio de no estimular el brote de un clima hipercrítico y de desmedida denuncia, temiendo quizá que la situación se le escapara de las manos.

Ahora se nos bajan con la muela de que este nuevo “debate” no será exactamente igual que el anterior, pues va dirigido a un “análisis interno” de “lo que ocurre en cada lugar”. Aun cuando todo lo que se discuta estará orientado de antemano por un pintoresco “material de estudio”, no obstante el cual, insisten todavía en la chorrada de que debe ser un análisis “objetivo, sincero, valiente, creador, de intercambio”, y hasta con “la más absoluta libertad de criterios”, y con “respeto a las opiniones que puedan resultar discrepantes”.

Es como para desmollejarse de la risa si no se tratara de un asunto tan grave.

Pero de cualquier manera, ya que nos convocan a ser objetivos y sinceros, y además prometen respetar las opiniones discrepantes, no estaría de más seguir cuqueando al muerto, a ver si finalmente resucita y se nos va de rumba.

Repitamos entonces que no existe forma humana de valorizar con objetividad la situación que hoy nos abruma, si no es emplazando a cada paso los fundamentos del sistema que nos ha dominado durante cincuenta años, y poniendo en claro, definitivamente, la ineptitud, el total abuso de poder y la perversión política de sus principales figuras, así como la manipulación de los sentimientos y los pensamientos y los actos, a la cual han sometido a nuestras masas populares, haciendo añicos las estructuras económicas y atentando contra el tejido de nuestra identidad como nación.

 

Cuqueando al muerto (I parte)

 

 
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