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Peripecias cubanas

Miriam Leiva

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) – La población viaja hacinada en los ómnibus, propicios al intercambio de fluidos, microbios y bacterias; en bicitaxis movidos por hombres sudorosos que pedalean sin descanso, y compiten con coches de famélicos caballos que esparcen sus orines por pueblos y  ciudades.

Ellos vencen heroicamente las furnias que ya dejaron de ser baches, colmadas de agua de lluvia y lodo, o la ausencia de pavimentación desde hace tanto tiempo que no se recuerda. ¡Ya superamos el vicio capitalista de transportarnos en buses y trenes que pasan cada pocos minutos! ¡Ni soñar con un auto moderno!  En todo caso, donde los hay y están autorizados, se puede abordar un “almendrón”, auto norteamericano pre-revolucionario que el ingenio cubano resucita cada día luego de 60 y 70 años de duras contiendas, sin piezas de repuesto y con combustible de dudosa calidad.

Tampoco en los “almendrones” se viaja cómodamente, pero al menos pasan y resuelven el problema, si se tiene dinero para pagar la carrera. Sólo los artistas contratados en el exterior, o los extranjeros, pueden comprar los autos nuevos sin importar las marcas. Son autorizados también ciertos profesionales y, por supuesto, se modernizan los dirigentes para “acometer sus inmensas responsabilidades”.

En las esquinas de la ciudad los contendores de basura rebosan, rodeados de todo tipo de objetos y suciedades. La recogida es inestable, en dependencia de la disponibilidad de los camiones y la efectividad organizativa.  Por las calles y aceras corren las aguas albañales, que se mezclan con la potable. Locales vacíos por largo tiempo sirven como depósitos de desperdicios, aderezados por los ríos de aquellas aguas, donde pululan las ratas y todo tipo de insectos. 

En muchos municipios escasea el agua por la rotura de tuberías, la carencia de equipos de bombeo y cualquier otra causa. Es el caso del hogar de ancianos Bernarda del Toro, en el Barrio Obrero de San Miguel del Padrón desde hace 6 años, debido a una supuesta reparación emprendida por el acueducto para solucionar el acceso a las viviendas contiguas.  Desde entonces se suministra deficientemente el agua con pipas a 120 ancianos. 

A Cuba, este verano, no sólo llegó la epidemia del virus H1N1.  El dengue avanza y la conjuntivitis, incluida la hemorrágica, hace estragos. Las batidas contra los mosquitos se intensificaron en septiembre. Los fumigadores, por un lado, y médicos y enfermeras por otro, tocan a las puertas.  Plausibles medidas para atajar las epidemias. Pero las condiciones para el desarrollo de los vectores permanecen afuera, por todas partes. 
Los ciudadanos se preguntan cuándo se acabarán de organizar los servicios públicos, y estabilizarse los sistemas sanitarios en un país donde, supuestamente, se cuenta con la mejor salud pública del mundo.

No es descartable que los representantes de organismos de la ONU, y otras instituciones internacionales, deambulen nuevamente por los salones de La Habana para atestiguar las maravillas de los grandes planes del gobierno; y en actos transmitidos por televisión entreguen diplomas y premios. Parece que en los despachos y hoteles no se percibe la inmundicia ambiental.

Mientras, los gobernantes se dan el lujo de rechazar la asistencia internacional en los casos de grandes desastres, como los tres huracanes de 2008. O cuentan con muchos recursos, o desprecian profundamente al pueblo, que se sacrifica desde hace décadas y sólo recibe privaciones, calamidades y represión.

 

 
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