Cuqueando al muerto (I parte)

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - Abracadabrante, aun dentro de la atmósfera virtual que padecemos en Cuba, resulta la convocatoria oficial para un nuevo debate donde el pueblo, dicen, debe analizar y definir medidas para el aumento de la producción, el ahorro, la eficiencia y la lucha contra la corrupción, o sea, todo aquello que ya quedó expuesto en un debate anterior, hace dos años, mediante 1,300,000 planteamientos ante los que el régimen ha permanecido más inerte que la quijada de arriba. 

Es tan insólito que se precisa verlo para creerlo, como al muerto que se fue de rumba.
Si no existieran otras pruebas, esta convocatoria bastaría por sí sola para poner de manifiesto hasta qué punto los dominadores de los cubanos viven con los pies en la estratosfera, con cuánto desdén manipulan a sus dominados, y cuán absurdamente seguros se sienten de su fuerza para llevar la dictadura hasta tales extremos de procacidad, descabellamiento, sinrazón y ridículo.

No queda otro remedio que repasar, aunque sea muy en síntesis, algunas de las quejas y peticiones formuladas en aquellas asambleas de hace solamente dos años (aun cuando ya parecen pertenecer a la prehistoria), donde más de un millón de paisanos dejaron constancia de lo que piensan con más y menos detalles o más y menos miedo, aunque todos, invariablemente, con la contención que imponía el hecho de que era el propio régimen quien organizaba y controlaba “el debate”, incluso quien había fijado explícitamente sus límites al reconocer con pertinacia que el objetivo era el remiendo (y no el reemplazo, en modo alguno) de las podridas bases del sistema.

No hará falta ser uno de esos cubanólogos de citas doctas y vasta verborrea, sino apenas tener ojos y orejas, para observar al vuelo que aquel millón de planteamientos se pudre hoy en el limbo de la inercia y la indolencia.

Los campesinos hablaron de la crisis de la ganadería, en creciente y no atendido agravamiento durante decenios, o de los cientos de caballerías de marabú que desde tiempos inmemoriales cubren las tierras del estado, o de la falta de herramientas y maquinarias para realizar su trabajo, o de las cosechas que se pudren en el campo esperando ser acopiadas por la ineficiente, desidiosa y asfixiantemente centralizada empresa gubernamental.

Los maestros, los empleados del transporte u otros servicios, los técnicos se lamentaron de sus ínfimos salarios y de la nulidad total de mecanismos para estimularles el esfuerzo.

Los obreros citaron otra vez ejemplos múltiples de ineficacia en la organización administrativa, de escasez y desvíos de recursos, del robo, la malversación, el despilfarro que, adoptados ya como fenotipo nacional, arruinaban, y continúan arruinando el fruto de su sudor y les matan los ánimos.

Los cineastas pidieron que sus películas con temática “delicada” fueran exhibidas en los cines y en la televisión del país, o que sus guiones dejasen de dormir el sueño eterno de la censura por cansancio.

En las asambleas del sector de la salud no faltaron los comentarios (si bien cautelosos y hasta con teque mediante) por la forma tropelista, indiscriminada e inconsulta con que eran y son vaciados los hospitales y policlínicas para enviar médicos hacia el exterior, a costa de la mala atención al paciente y del agotamiento de los pocos galenos que permanecen aquí tratando de cubrir el boquete.

También en asambleas de este sector hubo médicos y enfermeras que (aunque hilando fino, con tal de evadir la acusación de “inconscientes” y “metalizados”), reclamaron remuneración económica para quienes se quedan en el país asumiendo la tremenda responsabilidad y la sobrecarga que dejan esos cientos, miles de colegas al ser contratados para trabajar en otras naciones.