Lejos de la trinchera
Frank Correa
LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - Fernando George Miranda estuvo más de seis horas solo en un camino desconocido en las cercanías de Cunene, Angola, tendido boca arriba sobre la tierra y su propia sangre.
El BTR había estado detenido más de una hora en aquella curva, hasta que el zapador regresó con la noticia de camino franco, y el vehículo pudo reanudar la marcha. El comunicador se enlazó a través de la radio con el puesto de mando de Huambo, que les transmitió las instrucciones recibidas de Luanda, que a la vez tenía órdenes precisas de La Habana.
Debían avanzar por aquel paraje hasta las posiciones abandonadas por los sudafricanos, que no resistieron esa tarde la andanada de los BM-21 y huyeron en estampida. El despliegue parecía mucho más fácil que lo planeado en el Estado Mayor, pero cuando el BTR con los 6 soldados cubanos y 2 angoleños dobló la curva, fue sacudido por una violenta explosión y Fernando George Miranda, el guantanamero para la tropa internacionalista, “Boquita” para sus familiares, se golpeaba muchas veces dentro de la mole de hierro que daba vueltas como un juguete de plástico.
Cuando recobró el conocimiento no sabe cómo pudo salir por la escotilla, que había perdido la tapa. Se arrastró hasta el camino donde el olor a humo y muerte circundaba el aire. En su penoso trayecto vio cuerpos desparramados, cascos, fundas de pistolas, botas, papeles y dos ruedas del BTR, desinfladas.
Exactamente donde explotó la mina que acabó con su escuadra había un gran agujero negro. Halló también una cantimplora que le pareció la suya y un pedazo de fusil al que le faltaba la culata. Continuó arrastrándose un poco más en dirección a la trinchera, guiado por el instinto de conservación que acompaña al soldado en la guerra, pero comprendió que deliraba, estaba lejos de la trinchera y de cualquier otro lugar.
Entonces, un dolor terrible, mucho mayor que el sufrimiento que invadía su cuerpo, le indicó por primera vez que su pierna derecha estaba destrozada. Quedó tendido boca arriba, esperando la llegada de la noche, presintiendo que las estrellas serían la última visión de su vida.
Debajo del muñón la sangre comenzó a coagular. Descubrió dentro de la maleza ojos que resplandecían en la oscuridad. Eran los animales carroñeros esperanzados con un posible banquete.
A los lejos, en dirección sureste, escuchó la batahola de la artillería reactiva, señal inconfundible que acababan de darle alcance al batallón sudafricano para rematarlo. Cuenta “Boquita” que se desmayó otra vez, y cuando despertó, había ruido entre los matorrales y un aletear pertinaz, lo que indicaba que llegaban más comensales. Sintió miedo cuando pensó que no regresaría jamás a la patria, de no volver a ver a su hija, a su madre, a su amada.
Siempre soñaba con el momento del regreso, y se construyó una fantasía de salvación a manera de terapia. En ella aparecía mostrando a sus amigos la medalla de combatiente internacionalista. Entre atronadores aplausos se bajaba de un automóvil frente a su casa, alzando una bandera cubana. Al terminar el acto de bienvenida se emborrachaba hasta perder la razón. Todas las noches, en la soledad de la trinchera, ensayaba un pequeño discurso que se inventó para el retorno a la patria.
A Fernando la realidad le deparó algo distinto. El zapador no había concluido su trabajo y dejó una mina en la senda. Cunene, Huambo, Luanda, La Habana, su trinchera, eran lugares muy distantes de aquel camino pedregoso mojado con su sangre.
A Fernando George Miranda le amputaron la pierna. Regresó a Cuba con otros enfermos y mutilados.
Perdió su cargo de distribuidor en la Empresa de Bebidas y Licores de Guantánamo, y su matrimonio. Actualmente es un desamparado social. Destila alcohol en un serpentín a vapor en el patio de su casa. Lo vende clandestinamente para ganarse el sustento.
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