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Los fumigadores

Frank Correa

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - En Cuba, la fumigación  constituye uno de los pocos oficios  que no exige capacidades especiales, convirtiéndose en trabajo atractivo.

Debido a la proliferación del dengue, en todas las comunidades donde existen policlínicas se han activado brigadas de lucha contra el mosquito Aedes Aegypti, que  visitan las  viviendas  y las desinfectan durante tres días consecutivos.

Un vecino apodado el Mancha, ex recluso que llevaba dos años sin trabajar y estaba siendo hostigado por el jefe de sector de la policía, se incorporó a la brigada de  fumigadores de Jaimanitas. Me contó que sólo tuvo que presentar su carné de identidad y firmar un contrato. Le entregaron un nebulizador térmico, conocido como bazuca, que pesa más de cincuenta libras, y  le comunicaron que la norma era fumigar 100 casas diariamente.

Como era su primer día de trabajo, se esforzó por aprender a manejar el equipo y hacer las cosas bien. Pero cuando arrancó el motor, el ruido lo espantó. También aterraba a los perros, los gatos, las aves, y hasta los niños huían en desbandada ante el chorro del compuesto químico mezclado con petróleo. El Mancha tosió durante toda la jornada.

Dice que entró  a cien casas, a cien baños, a más de trescientos cuartos. Vio camas de todas las  formas y tamaños. Conoció todo tipo de armarios, sillones, escaparates. Aún no tenía dominio del pesado equipo de fumigación y ocasionó pequeños desastres. Tumbó floreros, quemó cortinas, rompió platos. Envuelto en el espeso y venenoso humo, y con los ojos rojos e hinchados, vio la marcada diferencia  entre las viviendas, unas  con cierto lujo, otras muy pobres. No vio mosquitos, pero dedujo que debían estar escondidos en algún lado.

El doctor  Melanio, jefe de la campaña contra el dengue en Jaimanitas, le había dicho antes de comenzar  que aquel compuesto químico era tan efectivo que mataba moscas, mosquitos, ratones, cucarachas, pulgas, garrapatas. Al final terminaría también  matando al Mancha, que no usaba máscara ni  ningún otro medio  de protección. Cuando concluyó de inspeccionar y fumigar las cien casas, un sabor a reactivo  le invadía  la garganta  y sus ojos estaban en malas condiciones.

Los fumigadores se reunieron en la playa. Pititi,  jefe de una brigada, terminó de cuadrar las planillas, sacó de las bazucas la gasolina sobrante, el petróleo y el insecticida, y los echó en pomos plásticos. Dio una vuelta por el pueblo y vendió la gasolina a Noel, dueño de un Chevrolet del año 54, que botea clandestinamente.   El petróleo lo negoció con Chicho, que tiene una pizzería ilegal con un horno casero. El insecticida es pan caliente entre los vecinos, que no se conforman con la bazuca y realizan sus fumigaciones por cuenta propia.

Con el dinero conseguido Pititi compró varias botellas de ron casero, y se las tomaron a la orilla del mar, mientras  se jactaban de sus  fechorías mundanas.

El Mancha dice que la vida de los fumigadores es simple.

 

 
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