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El peor enemigo de Cuba

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - Los programas para remodelar el socialismo permanecen engavetados. Raúl Castro no ha cumplido con su palabra, ni tiene voluntad para traspasar las fronteras del inmovilismo. Su antecesor sigue dictando las pautas a seguir y entre sus pensamientos no está, ni nunca ha estado el deseo de alentar un proceso de cambios hacia el logro de la eficiencia económica, el pluralismo político y el ejercicio de los derechos civiles por parte de la ciudadanía.

La presidencia del país no pasa de ser un cargo nominal. Quien ejerce tal función no tiene la potestad para dar los pasos en dirección a reformas que se salgan del marco de la retórica. Con promesas y acciones cosméticas se fabricó el círculo vicioso que mantendrá la exactitud de su geometría en los próximos años.

El estancamiento que padecemos se deriva de un pensamiento conservador, creado por una vieja guardia de políticos que no quieren abandonar sus posiciones, por puras razones de supervivencia y por el temor de quedar ante la historia como una clase que usó el socialismo como coartada para disfrutar de los deleites burgueses.

Esas responsabilidades quieren afrontarlas dentro de un ataúd, no mientras les quede un aliento de vida, y ya sus descendientes van acomodando las fortunas en sitios seguros, ubicados fuera de las fronteras nacionales.

Otros cambian de residencia. En Europa o en alguna capital latinoamericana se establecen para ver de lejos cómo se despejan las incógnitas en el momento de que el factor biológico defina el rumbo de un futuro  marcado por la incertidumbre.

La preocupación ante la parálisis y sus potenciales derivaciones hacia escenarios que podrían resultar incontrolables, tiene suficientes ecos en diversos sectores de la población. 
 
Por ejemplo, el destacado sacerdote e intelectual cubano, Carlos Manuel de Céspedes, abordó el asunto recientemente con agudeza, y en un tono que debería suscitar la alarma en los círculos de poder, empeñados en mantener congeladas las posibilidades de una apertura integral. 

Sus puntos de vista sobre la actual situación cubana pudieran interpretarse como una llamada de atención dirigida hacia quienes tienen la autoridad y los mecanismos para destrabar los nudos de la intransigencia.

“Estos diálogos políticos, para que sean tales, deben ser algo más que ejercicios mentales y de oratoria, más o menos acertada, y apuntar a la realidad y las posibilidades de ser llevados a efecto”. Así se expresó el sacerdote en un artículo publicado en la revista católica Espacio Laical. Dudo que sus amonestaciones sean escuchadas. El muro de la ortodoxia sigue siendo impenetrable a pesar de las erosiones.

Quizás algunos, dentro del gobierno, elogien en privado los argumentos críticos del señor Carlos Manuel de Céspedes, pero seguirán disfrutando del poder. Apoyarlo en público sería pisar el penúltimo escalón hacia el infierno. Los miembros de la nomenclatura y sus subalternos deben saber que el muro puede caerles encima.

La noticia más dramática es que los escombros sepultarían lo que queda de la nación con todos sus moradores. ¿No sería mejor el desmontaje como tarea preventiva ante el peligro real de un desastre?

oliverajorge75@yahoo.com

 

 
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