Lo que el viento no se puede llevar

Valentina Cueto

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) – La señora se levantó temprano para acudir a la cita con el médico de la familia, sabiendo que ese día llegarían los medicamentos a la farmacia. Hizo su la cola que le entregaran su receta de meprobamato, del que la señora no puede prescindir debido a los dolores de la artrosis.

Mientras esperaba comentó con las vecinas las dificultades para adquirir sus medicinas: que las recetas tenían un plazo de vencimiento de siete días, que los médicos no tenían recetarios, y que muchas veces le llegaba el siguiente mensaje de la farmacia: “el medicamento está en baja, no hay en el mercado”.

Ya en posesión de la receta, y como se le hacía camino, la señora fue a la panadería. Cuando sacaba el monedero de la cartera el papel con la receta se le fue volando de las manos, traspasó una alta reja y, después de moverse en espiral, cayó en un pasillo tapiado junto a un charco de agua.

A la señora se le saltaron las lágrimas; no se sentía con fuerzas para reanudar la jornada. La mayoría de los testigos miraron apáticamente el papel y se quedaron como si tal cosa, adoptando el mismo aire de quienes fingen no ver a una mujer embarazada con un niño en brazos en un ómnibus repleto. 

Cada cual librando su propia guerra y no estaban para recetas voladoras. Un murmullo a su alrededor distrajo la atención de la señora. Un trabajador de la construcción trepaba por la reja para rescatar la receta. Y con mucho esfuerzo, aquel ángel de la guarda con botas de goma rescató el papel para alegría de la señora.

Era un hecho simple, insólito en estos tiempos. Los ciudadanos se refieren a los problemas del otro como “su maletín”. La solidaridad que caracterizaba a la nación  parece haber corrido el mismo destino que la receta de la señora. Por suerte, todavía quedan seres humanos que no se han dejado apabullar por las adversidades. Son los que el viento no se puede llevar.