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Cartas en el asunto

Luis Cino

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - No es un secreto que el correo postal en Cuba es un desastre. Lo sé por experiencia, no tanto por las cartas que nunca recibí o las que escribí y no llegaron, sino porque hubo un tiempo en los años 90 que, entre la construcción y la agricultura (los únicos sitios en que puede trabajar un tipo “con problemas ideológicos”),  trabajé como cartero. 

Fui más como el cartero de Bukowsky que como el de Neruda (en Lawton no vivían poetas famosos). Radicaba en una oficina de correos donde se amontonaba la correspondencia en un caos indescriptible, había luz a ratos, un calor de horno, se bebía alcohol y siempre reinaban el hambre y la desesperanza.  

No me gusta acordarme de aquel tiempo. Ganaba una miseria y tenía que recorrer diariamente, bajo un sol de penitencia, las largas manzanas comprendidas entre Porvenir y la calle 11, y desde E hasta Tejar, lomas y escaleras incluidas. Algunas noches tengo pesadillas en las que soy cartero otra vez y camino y camino. Me despierto con dolor en los pies de tanto caminar. 

Recuerdo que la gente se quejaba de que las cartas procedentes del exterior demoraban dos y tres meses,  o sencillamente no llegaban. Muchas de las cartas llegaban a manos de sus destinatarios con los sobres remendados con papel engomado y un cuño oficial que decía que habían sido recibidas dañadas. Nadie dudaba que el gobierno registrara la correspondencia, en especial la que venía de Estados Unidos. Es proverbial la manía de los mandamases por controlarlo  todo. 

Se rumoraban muchas cosas. Que las autoridades quemaban las cartas por montones, que los carteros las botaban para ahorrarse la molestia de llevarlas, que en las zonas postales las registraban en busca de dólares, cuchillas de afeitar, chiclets  o sabe Dios qué. Se conocieron casos de robos en los correos, pero no muchos. En honor a la verdad, los carteros hacían su trabajo lo mejor que podían en las condiciones del “período especial”.
Que las autoridades registraran las cartas, no me consta. Tampoco lo niego. Obviamente no las iban a registrar a la vista de todos, en una oficina postal de barrio.  

A juzgar por las cartas que sigo sin recibir, los comentarios que oigo en la calle y las quejas que leo en el periódico Juventud Rebelde, no parece que la situación haya mejorado en los últimos años. Pero puede que pronto se acaben (o al menos se reduzcan sensiblemente) las demoras y los extravíos de las cartas. 

El gobierno confirmó que próximamente negociará con una delegación norteamericana el reinicio de una vía de correo postal directo. Desde hace 47 años el servicio de correos entre Cuba y los Estados Unidos, donde viven más de un millón y medio de cubanos, se efectúa a través de terceros países. 

La noticia, en pleno siglo XXI, en la época de los e-mails, los chats, la telefonía móvil y los mensajes de texto, parecería absurda, como la prohibición de Internet a los cubanos. Sin embargo, es una esperanza  de que los muros de la plaza sitiada, al menos a la hora de recibir o enviar cartas, empiecen a ceder varios milímetros su altura y grosor. Algo es algo. Crucemos los dedos.

 

 
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