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Decepciones

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press  

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - Mi interlocutor hablaba con cautela. Cada una de sus frases era acompañada por gestos recelosos. Sentado en la silla de metal, con los codos apoyados sobre la mesa, su cuello hacía giros de 90 grados en busca de potenciales policías disfrazados de clientes.
-Esto es estalinismo -dijo.

Las críticas llovían. La necesidad de compartir sus decepciones era más poderosa que sus miedos.

-No puedo contar estas cosas al regreso. Mis compatriotas se burlarían de mí, que siempre defendí la revolución con vehemencia. De veras que ni por asomo pensé que Cuba estaría en estas dramáticas condiciones.

-No creo que sería saludable callarse. Sólo tienes que ser objetivo. Decir la verdad, la realidad con sus luces y sus sombras -sugerí.

-¡Cuidado! 

La advertencia fue apoyada con su dedo índice sobre los labios, como señal de prudencia.

-No te confíes, que podemos terminar en la estación de policía por abordar estos asuntos en público.

Durante el desarrollo de la conversación me cercioré de la paranoia que afectaba a aquel profesor jubilado de una escuela de arte de nivel medio.

-Me llevo fatales recuerdos de mi primer viaje a Cuba. Nada funciona. Esto es absurdo. El país se detuvo en el pasado. La mayor parte del tiempo la pasé en un local perteneciente a la escuela de medicina, en la ciudad de Santa Clara, donde estudian decenas de jóvenes latinoamericanos. Allí las condiciones no son las mejores. Todo es pura fachada.

El hombre encendió el cuarto cigarrillo.

-No me vas a creer si te cuento las condiciones en que estaba el baño de la terminal de ómnibus. Aquello parecía un corral de cerdos. Para colmo de males, ni soñar con el papel higiénico. En fin, que lo que pasé no se lo deseo a nadie.

A la hora de abordar el autobús, la multitud lo lanzó hacia el interior del vehículo. Fue como un asalto.

-Pensé –dijo- que destruirían la puerta. De milagro no resulté lesionado. En La Habana ya me habían asaltado cerca del zoológico. Tuve que entregar el dinero que llevaba, que no era mucho.

Conocí también la frustrada visita del profesor al Museo de Bellas Artes. Muchas cosas plasmadas en el sitio web donde obtuvo la información sobre el museo, no coincidían con la realidad. Ni los horarios, ni las salas de exposición que, algunas, estaban cerradas.

-Te juro que no vuelvo más. Me he gastado más de mil 500 dólares y no disfruté del paraíso socialista.

Conversamos durante hora y media. Al día siguiente regresó a Río Ceballos, en las afueras de Córdoba, Argentina, donde nació.

Al salir de la cafetería, en el edificio Bacardí, en el municipio Habana Vieja, abrió los ojos desmesuradamente. A unos metros de nosotros cuatro policías detenían en ese momento a un transeúnte. Jorge, el amigo argentino, me pedía silencio absoluto.

oliverajorge75@yahoo.com  

 

 
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