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30 de septiembre de 2008
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Armas africanas 

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press 

LA HABANA, Cuba, septiembre (wwww.cubanet.org) - El fuego es cruzado. Hay que andar con la guardia en alto en las calles de La Habana para no caer fulminado, bien de un “disparo” certero o de una “ráfaga” inclemente. Es una guerra en silencio. Sí, un conflicto en el que no se escuchan el silbar de las balas ni los morterazos, pero se puede observar en el rincón más insospechado el arsenal de los guerreros.

Las pruebas de que el conflicto es real, se encuentran fácilmente bajo la sombra de una palma, real o amontonadas en alguna esquina. Cintas rojas, pollos decapitados, un racimo de plátanos calzando una cabeza de chivo; por otro lado, una jicotea sin el carapacho.

De ahí parten las balas y los cohetazos. Son la materia prima de las bombas espirituales para desgraciarle la vida a algún presunto enemigo, alejar la mujer extraña del marido, robarle la suerte al afortunado, hacer que alguna fémina se rinda, sin muchos esfuerzos y para siempre, en los brazos del conquistador. Hay toda una infinita gama de anhelos en los miles de cubanos que acuden diariamente a este tipo de faenas.

Sobran brujos y espiritistas en función de brindar sus servicios a precios que van de la modestia al lucro más destemplado. Todo depende del éxito que reporten sus recetas.
Hay toda una cultura que retroalimenta la fe en tales recursos llegados a Cuba a partir de la importación de esclavos africanos desde mediados del siglo XVI.

Independientemente de su factibilidad o no, cientos de miles de cubanos depositan toda la confianza en estos rituales para zafarse de las tenazas de sus desgracias y allanar el camino hacia la prosperidad. Lo cierto es que aunque muchos no logran su objetivo, insisten en encontrar a algún experto en estas cuestiones que les proporcione alivio y esperanzas.

No pocos caen en el fanatismo y hasta en la locura. Incluso existen personas que invierten gran parte de sus escasas economías en consultas y ceremoniales con tal de alcanzar sus fines. Sin embargo, puede ser que sus vidas continúen sin cambio de ningún tipo. Esto se convierte en un círculo vicioso donde no faltan timadores siempre a la caza de incautos.

Existen temores de rozar o pisar inadvertidamente esos paquetes dispersos bajo árboles y rincones de la ciudad, muchas veces destrozados por perros y gatos hambrientos. Eso, según la idea popular, resulta en posibles percances personales. Por eso el atribulado puede ser que baraje la probabilidad de responder con la misma “arma”. Es decir, hacerse una “limpieza” a profundidad tal vez con los mismos ingredientes que pisó sin quererlo. Así, La Habana se llena de animales muertos, frutas podridas, flores y hierbas mustias, cintas de colores y tabacos mordisqueados.

Esas son algunas de las municiones utilizadas por gente de bien, prostitutas, ladrones profesionales, familias con enfermos graves, ciudadanos interesados en un viaje al exterior para regresar como turistas. En fin, es como una ruta de escape para salir de las tribulaciones o mandar al cementerio a un adversario real o potencial.

En los hospitales es común detectar o enterarse de que alguien puso en el baño un par de huevos de gallina rociados con perfume y envueltos en una tela blanca. Dicen los entendidos que son para pasarle la gravedad del familiar a otro paciente ingresado en la misma sala. El asunto es defender la vida de los suyos por todos los medios posibles.

“No has probado con el revólver africano”. En esos términos queda la esencia de un pensamiento que embarga la mente de intelectuales y obreros, amas de casa y jubilados, estudiantes y profesionales, negros y blancos, en aras de darle solución a una problemática determinada.

En toda guerra hay bajas colaterales. Entonces es preciso afinar las precauciones para no recibir una herida entre tanta “balacera”. Hay ritos que llevan huesos de muerto robados de las tumbas. Eso no puede traer nada bueno. En una ciudad pésimamente alumbrada cualquiera puede caer en uno de los tantos huecos presentes en calles y aceras. También son posibles otros percances más allá de una simple caída. En esta guerra no hay armisticio. 

 

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