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30 de septiembre de 2008
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¿A quién culpamos ahora?

Luis Cino  

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - “La imposición del grito es una forma de violencia que genera otra violencia”, advirtió el escritor Reinaldo González en su discurso ante el último congreso de la UNEAC. 

Razón tiene el Premio Nacional de Literatura en preocuparse por el avance incontenible de la violencia verbal en la sociedad cubana. Sólo hay que escuchar cómo vociferamos. En la casa, en el trabajo, en la calle, dondequiera. Sin respeto por nada ni nadie.

Hablamos a gritos, por encima del estruendo de la música o los motores, como si la roña o la desesperación nos devoraran el alma. Aderezamos lo que decimos con palabrotas. Mientras más fuertes, mejor. Son la sal de nuestro léxico. Subrayan, insuflan fuerza y veracidad a lo que decimos. 

Manoteamos, agresivos, prestos a abofetear o apretar el cuello al que nos pise el zapato o nos contradiga en algo. Nos insultamos hasta para saludarnos. Con familiaridad nos llamamos fieras, locos, salvajes. En una mezcla de todo eso nos hemos convertido. 
El caso de los muchachos es peor. Hablan una jerga ininteligible, selvática y presidiaria, como sus vidas. Escupen y se rascan las entrepiernas, y pasan como si nada por encima de valores, categorías, normas de convivencia y derechos ajenos.

Para ellos, los viejos no merecen respeto alguno. En el mejor de los casos, los tratan como trastos inservibles que les roban espacio en la sala, el cuarto o la barbacoa. En el peor, los culpan por legarles “esto”. “Son una partida de viejos chivatones”, dicen.    
Gritan su desafío y su voluntad de no parecerse ni remotamente a sus padres. No pueden perdonar que sean unos perdedores que dieron demasiada importancia a boberías como el trabajo, el estudio, la moral y la decencia. Los chicos aprendieron a no perder el tiempo con abstracciones que  no se comen ni permiten entrar a la discoteca o comprar ropa de marca.  

¿Creímos que no oyeron las broncas matrimoniales en que reñimos como perros porque no había comida, el dinero no alcanzó para llegar a fin de mes y la casa, en la que ya no cabíamos, se nos caía encima?  

¿Acaso no los criamos entre gritos y amenazas de molerlos a palos? ¿Confiamos en que la escuela se encargaría de educarlos mientras ganábamos el gallardete de la emulación socialista o nos emborrachábamos? ¿Qué esperábamos obtener de ellos? ¿El hombre nuevo que (más por suerte que por desgracia) tampoco fuimos? 

Por estos días, comisiones de sicólogos, sociólogos y trabajadores sociales buscan  en los seriales televisivos americanos y en las letras de reguetón a quien culpar por los gritos, la violencia doméstica y los comportamientos agresivos y antisociales.

Pero Dr. House, Tony Soprano y los reguetoneros, no son los únicos culpables. Mucha más culpa que ellos tienen la escuela, los medios de comunicación y los infalibles, corajudos, pendencieros y sin pelos en la lengua máximos dirigentes que durante casi medio siglo, oralmente o por escrito, enaltecieron la intolerancia, la falta de respeto, la difamación y la agresión verbal, lo mismo contra los presidente norteamericanos que contra los disidentes, los exilados o los deportistas que decidieron quedarse en el exterior. 

¿Qué se puede esperar si el compañero Fidel se solidariza públicamente con el “taekwondoca” cubano que pateó la cabeza de un árbitro en  Beijing?

La persona que dentro del marco familiar  y en el ambiente casi carcelario de las escuelas en el campo, las becas o el servicio militar obligatorio, aprendió a resolver los conflictos e imponer sus criterios de un modo violento, es inevitable que a menudo proyecte actitudes violentas. Sería ingenuo pedir que no se cumpla el axioma.  

Cuba se convirtió en una gran familia disfuncional, donde lo poco que se soluciona, si es que algo se soluciona y no salen antes a relucir los cuchillos, es entre gritos, golpes y amenazas.  

Las enfermedades del espíritu no se curan con más policías ni leyes draconianas. La crisis del sistema envenena y los mandamases no tienen el antídoto. No figuraba en los manuales de marxismo. Ahora no saben cómo hacer volver los valores que se perdieron. No eran valores burgueses ni proletarios, sino sólo eso: valores.

luicino2004@yahoo.com

 

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