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24 de septiembre de 2008
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Cuando se acabó la diversión 

Oscar Mario González 

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - Cuando el cubano actual cuya edad no sobrepasa la media rueda pasa por el antiguo Gran Boulevard en la intersección de la calle 146 y Quinta Avenida, antiguo y exclusivo reparto Country Club y hoy igualmente exclusivo reparto Cubanacán, probablemente desconozca que la edificación con forma de estadio allí enclavada era un cinódromo.

Propiedad de la operadora Havana Greyhound Kennel Club, controlaba las carreras de galgos desde su inauguración el 12 de Julio de 1951, siendo su vicepresidente Pedro Mendieta, sobrino del coronel mambí y ex presidente de la república en el periodo l934-l936, Carlos Mendieta.

El lugar funcionó hasta los primeros meses de l959 cuando llegó el Comandante y mandó a parar, acabando, entre otras tantas cosas, con la diversión canina. 
La actividad tenía todas las de perder frente al nuevo poder instaurado en enero de l959. En primer lugar estaba relacionada con el juego a través de las apuestas; en segundo lugar, su marchantería era de la clase burguesa y pequeño burguesa y la vicepresidencia emparentaba con prominentes políticos de la república.

Todo ello era más que suficiente para suscitar la animosidad de aquellos barbudos, cuyas ocultas intenciones eran sepultar el pasado republicano y edificar sobre sus ruinas un futuro signado por el totalitarismo marxista.

Así pues, a los pocos meses del nuevo poder revolucionario fue intervenido. De momento pasó a ser centro de entrenamiento de las milicias revolucionarias para luego convertirse en una instalación deportiva. Hoy, da grima mirar su terreno empobrecido por la desidia y el descuido, así como su edificación, reclamante de una buena pintura que le recuerde aquella etapa de esplendor cuando figuraba entre los cinódromos más prestigiosos y modernos del mundo.

Estos espectáculos recreativos existen en casi todos los países occidentales modernos donde contribuyen al esparcimiento y a la distracción del individuo, además de ofrecer una opción atractiva al turista. Nuestro país, dependiente del turismo, bien podría beneficiarse con sus bondades.   
                                                                                  
Es bueno significar que este lugar empleaba a más de 300 trabajadores, los que de manera directa o indirecta laboraban en sus predios. Poseía la finca “María”, ubicada en la carretera de Pinar del Río, con más de 600 perreras. Y, sobre todo, representaba un inofensivo pasatiempo cuyo beneficio comunitario pudo haberse potenciado tornándolo más popular y asequible a los pobres mediante su promoción y masividad.  Pero nunca suprimiéndolo, pues tal medida no benefició a nadie.

Por el contrario, y como siempre sucede en la historia con las revoluciones, su eliminación fue sucedida por un verdadero mal: las peleas de perros. En estas contiendas se repite todo aquello que indispuso al gobierno contra el cinódromo: las apuestas son casi el único propósito que anima a los asistentes; éstos suelen ser individuos de mejor situación económica que el resto de la población, y en cuanto a la filiación política de sus patrocinadores, tan sangrientas peleas nacen y crecen al amparo y la tolerancia de las autoridades locales.

Ojalá no demore el día en que se aclare el cielo de la patria empañado desde hace medio siglo por la intransigencia y terquedad de una visión errónea y  fracasada del hombre y la sociedad. Concepción que asume una posición antropológica equivocada donde el hombre, cual brasa ardiente de la inmensa caldera estatal se consume en su fuego, y cuya individualidad se pierde en el gigantesco estado totalitario.

Ojalá y algún día volvamos tener un cinódromo para disfrute y regocijo del que así lo desee.

 

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