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24 de septiembre de 2008
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¿Volverán a desaparecer los gatos?

Leafar Pérez

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - El paso de los huracanes Gustav e Ike por territorio cubano fue devastador. La prensa oficial, la extranjera acreditada en la isla y los periodistas independientes han informado ampliamente sobre todo lo sucedido durante los días en los que las tormentas se dedicaron, especialmente el huracán Ike, a realizar un nuevo bojeo a la isla.

Su impacto en la vida en los cubanos no puede ser más devastador. En una nación donde millones de personas intentan cada día sobrevivir en medio de carencias de todo tipo, perder la vivienda, las escasas pertenencias, amén del trauma psicológico para  los que tuvieron la mala suerte de interponerse directamente en el camino de los ciclones, es más que suficiente para desesperarse. Tómese en cuenta que para los especialistas, las consecuencias han hecho retroceder al país diez años.

Pero de todo lo malo que han dejado a su paso los huracanes, la falta de alimentos, después de los destrozos ocasionados en las casas, es el principal escollo que hay que saltar, sobre todo porque el gobierno anuncia que mermarán las posibilidades de conseguir suministros para aumentar lo poco que se recibe por la cartilla de racionamiento. Lo que se consume la mayoría de las veces es el resultado de la suma mágica de poco dinero para comprar algo de proteína en los mercados liberados, donde los precios son más altos.

El tema de la comida está tan complicado que me hizo recordar los años más negros del Período Especial, no muy lejanos en el tiempo, cuando los cubanos "aprendimos" a comer picadillo de cáscara de plátano, bistec de frazada de piso y otros tantos engendros de los que prefiero no acordarme.

En el año 1993 fui llamado a filas por el Servicio Militar General, que poco tiene de general y sí mucho de obligatorio. El curso de sobrevivencia natural que pasé no tiene nada que envidiar a los impartidos por los rangers norteamericanos, las tropas especiales cubanas o cualquier otro cuerpo de élite.

Aprendí que el boniato crudo sabe a coco, que la remolacha con fango es apetitosa y que la calabaza hervida en un casco del ejército no tiene desperdicio aún sin sal, sobre todo porque la hervíamos mis colegas y yo, con cáscara y semillas, ya que nada se podía botar. La proteína estaba en cuanto gato pudiéramos cazar. Los felinos parecían conocer nuestras intenciones y acercarse a ellos era una proeza. Aunque fueron años en que los gatos escaseaban en Cuba, tanto que por poco hay que ponerlos en la lista de animales en peligro de extinción, recuerdo que muchos dueños de esas mascotas las sacaban a pasear amarrados con cadenas o sogas, porque el hambre de la gente no diferenciaba entre gatos satos y de fino pedigree.

Por el bien de todos, espero que no volvamos a esa época. Por si acaso, ya empecé a entrenar a mis dos hijos en el difícil arte de la sobrevivencia. Les pedí que realicen un censo para averiguar cuántos vecinos poseen gatos en sus casas. En Cuba, mientras el gobierno sea ineficiente para sacar de la crisis al pueblo, y mientras esperamos otros ciclones que pueden hacernos la vida aún más desesperanzadora, los gatos siempre estarán en peligro de extinción.

 

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