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15 de septiembre de 2008
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Robinson Kruschov

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - Si las autoridades cubanas insisten en considerar viviendas las precarias casuchas derribadas al paso de un huracán, cientos de miles de cubanos nos convertiremos en una mezcla del Robinson Crusoe, y el mujik dejado como herencia por Stalin a Nikita Kruschov: semisalvajes y sin nada que comer.

Las imágenes que vimos por televisión corroboran lo dicho. De las más de 200 mil casas dañadas por el cruce de Gustav y Ike sobra la Isla (30 mil totalmente),  pocas hubieran aguantado los embates de la orina de un curda envenenado con cerveza a granel, ni los estornudos de un narizón dopado con detergente Paloma.

Hay que ver los vara en tierra de la Playa Cajío, las chabolas de San Germán, los bohíos de Los Palacios y las covachas sembradas de San Antonio a Maisí, para darse cuenta que toda la culpa no la tiene el ciclón.

En un país donde los huracanes son más frecuentes que los permisos de construcción, las tormentas tropicales de mayor intensidad que la venta liberada de materiales, y los tornados y remolinos más fuertes que las tejas infinitas, es hora de ir pensando en otra solución.

Si bien una casa con óptimas condiciones anti huracanes y terremotos cuesta un capital, los cimientos, una pared y un techo levantados con cemento y ladrillo no pueden costar más que la desgracia humana.

Porque si bueno es quedar vivo, hace falta para ello tener una mesa para comer, una cama donde dormir, y un techo, aunque no sea infinito, donde protegerse del sol.

Con llamamientos a la entereza revolucionaria no se sostiene un quimbo al paso de un huracán. Mucho menos si las promesas de recuperación a veces nos cuestan 20 años de espera en un albergue.

La euforia mostrada por los damnificados por saberse vivos, como decía Kcho, al transcurrir los días y permanecer a la intemperie se vuelve depresión, o en un compás de espera que anuncia: tras la tempestad, el mal tiempo.

Aún víctimas de Lily aguardan por sus tejas infinitas. Todavía la Tormenta de Siglo tiene deudas con lo prometido por las autoridades en el papel, y cientos de familias esperan que las heridas dejadas por Fay o Andrew a su paso por Cuba sean restañadas. Esperar que ocurra otro desastre para de nuevo albergar, socorrer, repartir tejas infinitas hasta el infinito, es un ritual poco constructivo.

Véndanme cemento, ladrillo y arena y levantaré un casita donde descansar en paz, parece decir en el aire la guaracha de José Antonio Méndez, quién gracias a su desgarrada voz y probado talento no tuvo que aguardar  por una teja infinita entre ciclón y ciclón.

En verdad nadie queda abandonado ni bajo los escombros. Pero sí sobre ellos, con una mano adelante y la otra atrás, a lo Robinson “El mujik”, de Daniel Kruschov.

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