3 de septiembre de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Después del huracán

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - La muerte acecha. No es una frase arrancada del ámbito cinematográfico. Esto es un evento que madura al compás de los días y las noches en los rincones más empobrecidos de Ciudad de La Habana.

La premonición tiene asideros reales. Cuelga de las paredes húmedas de los viejos edificios, se balancea en las fachadas de las cuarterías donde no llega el aire de la esperanza. Aunque sus moradores no lo adviertan por la anestesia de la costumbre, son los candidatos con mayores posibilidades de ese tránsito de la vida a la muerte. Un cambio que llega de súbito con una leve notificación desde la más pequeña grieta de la cubierta. El derrumbe se define, vuelve a otorgarle vigencia a la tragedia.

¿Cuándo terminó la guerra?, ¿Cuántos grados Richter tuvo el terremoto?  Son  preguntas válidas para el extranjero que llega divorciado de la realidad nacional. Los montículos de escombros por doquier, las fachadas pintadas de mugre, las miles de edificaciones sin mínimos atributos para una convivencia segura, la hilera de cuartuchos agrediendo el ornato y la lógica.

Hay toda una escenografía que no empalma con los discursos del poder dotados de un peculiar estilo grandilocuente y muy cálido en cuanto a perspectivas se refiere. Basta con echar un vistazo por la Habana Vieja, Diez de Octubre y Marianao para obtener las claves de lo que supondría la aceptación del urgente llamado a un estado de emergencia.

De acuerdo a informaciones oficiales más de la mitad de los inmuebles de Ciudad de La Habana tienen deficiencias en sus estructuras. Muchos de ellos están reportados como inhabitables. Sin embargo, los inquilinos permanecen allí ante la disyuntiva de cambiar su hábitat por un pequeño espacio en uno de los albergues colectivos que existen en la periferia ceñidos a una marginalidad profunda.

Las estadísticas de los fallecidos a causa de derrumbes no son accesibles, pero dada la paupérrima situación en este ámbito, es factible pensar en un alto índice de mortalidad y otros daños físicos y psicológicos.

Existen familias que residen en inmuebles construidos a principios del siglo XX, en estos momentos transformados en verdaderos tugurios a causa de la prolongada falta de mantenimiento y los efectos nocivos del clima tropical con sus períodos lluviosos, los elevados indicadores de humedad, la larga temporada de huracanes y las tórridas temperaturas.

La imposibilidad de una reparación o el insatisfecho deseo de construir una casa se explica a partir de la combinación de al menos tres factores: los bajos salarios; el deficiente acceso a materiales para la construcción, y por último, la estratificación burocrática que anula u obstaculiza cualquier iniciativa particular de los interesados.

Hace unos días cruzaron por Cuba dos fenómenos atmosféricos: la tormenta tropical Fay y el huracán Gustav. Las autoridades de la Defensa Civil, la institución a cargo de informar, movilizar y proteger los recursos materiales y humanos ante los desastres dieron por concluido su éxito, pues en ninguno de los dos eventos hubo pérdidas de vidas humanas.

Pero se adelantan en batir palmas. Dentro de semanas, quizás días, vendrá lo peor. La Habana es una fábrica de hacer ruinas, una ciudad zarandeada por el más tétrico abandono.

Otros edificios caerán como castillos de naipes. Podría adivinar cuáles desde mi ventana donde observo las manchas de la decadencia. Las bombas en esta guerra pueden ser un balcón que se desmorona, la pared que se parte en cien pedazos, un techo capaz de matar y enterrar a las víctimas. Mirar hacia arriba, caminar por el medio de la calle. Esas son las reglas del juego.

Ha salido el sol después de los vientos y la lluvia. La señal que multiplica el miedo a morir o a quedar en la intemperie. 

oliverajorge75@yahoo.com

 

 

 

 
 
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