2 de septiembre de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

En el campo santo

Rafael Ferro Salas

PINAR DEL RÍO, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) -  El hombre llegó al pueblo un día de noviembre de l992. Había polvo en sus ropas Era alto y robusto, aparentaba unos sesenta años.

-Buenos días, señores –dijo-. Necesito que me ayuden con esta dirección.

Sacó un papel del bolsillo de su camisa.

-Lo que usted está buscando es el cementerio del pueblo –le dijo el negro Angelito.
-Así es, busco el cementerio –contestó el recién llegado colocando su bolso en el suelo.
Pocas veces llega alguien a un lugar preguntando una dirección de ese tipo.

-Desde aquí hasta el cementerio la tirada es larga, amigo. Podemos darle el rumbo, pero le va a ser difícil llegar.

El hombre sacó una caja de cigarros y nos brindó. En el grupo habíamos sólo dos fumadores. Uno era el negro Ángel, el otro, yo.

-No importa lo lejos. Vine desde a visitar el cementerio. Hice una promesa y vengo a cumplirla. Un hombre que se respeta cumple su promesa.

-No hay problema entonces. Yo mismo lo acompaño. Desde hace días estoy por visitar la tumba de mis abuelos. De paso lo ayudo a usted a cumplir su promesa.

Extendió y dijo su nombre y procedencia sin titubeos.

-Me llamo Armando López. Soy de Camagüey. 

Llegamos al cementerio a media tarde. Fue a la oficina de control. Lo esperé sentado en un banco, a la entrada. Regresó con una trabajadora del lugar.

-Vamos, pinareño. La señora nos va a llevar  a la bóveda que busco.

Caminé junto a ellos a lo largo de la única calle que hay en el sitio. Al final la mujer nos indicó una hilera de tumbas junto al muro.

-La bóveda que buscan es la tercera, contando desde donde estamos.

Armando le dio las gracias. Cuando la mujer se alejó, me dijo a modo de solicitud.

-Necesito llegar hasta allí solo, paisano.

Estuve de acuerdo y esperé debajo de un framboyán. El hombre estuvo frente al panteón por espacio de media hora, en silencio y con la cabeza inclinada sobre su pecho.

Cuando volvió me dijo.

-Ahora me gustaría sentarme debajo de este árbol y descansar un rato si no te molesta.
-No hay problema. Tengo todo el tiempo del mundo para visitar después la bóveda de mis abuelos.

Fumamos en silencio, mirando las tumbas y agradeciendo el silencio imperante del lugar. Después fue él quien empezó a conversar.

-Parece un lugar feo,  pero no hay lugar más feo que donde estuvimos ese hombre que descansa en aquella tumba y yo.

-¿Acaso fueron juntos a la guerra?

-Estuvimos presos. A mí me robaron 18 años de mi vida. Mi amigo corrió peor suerte: lo fusilaron. 

Llegamos al pueblo al caer la noche. Regresó a su provincia el día siguiente. Lo acompañé a la terminal de ómnibus. Tendiéndome su mano a modo de despedida me dijo:

-Aquellos fueron buenos tiempos, pinareño. Mi difunto amigo y yo éramos menos viejos y soñábamos con  cambiarle el rumbo a las cosas en este país. Ya no hay nada que hacer. Él está muerto y yo estoy vencido.

Pensé que había llegado el momento de mostrarle mi confianza identificándome con él y sin pensarlo mucho le dije:

-Nunca van a faltar jóvenes llenos de sueños y empeñados en cambiar el rumbo de las cosas, camagüeyano.

 

 

 

 
 
CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como fuente.