I ESPAÑOL I ENGLISH I CONTACTO I NOSOTROS I NOTICIAS POR E-MAIL
17 de octubre de 2008
IMPRIMIR

Birán

Aleaga Pesant 

LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) – De visita en la zona oriental del país, la oportunidad se me puso a tiro. Conducía un Hyundai por la carretera entre Báguanos y Palma Soriano, rumbo a Santiago de Cuba. Una inmensa valla me anunció que llegaba al lugar donde nacieron los hermanos Castro Ruz.

Consultar al equipo de trabajo sobre si entrábamos o no al lugar tomó unos segundos; al doblar a la izquierda encontramos un  terraplén que se perdía en el horizonte, custodiado por los cañaverales.

Tan mala estaba la vía que a los dos kilómetros decidimos regresar a preguntar, no fuera que estuviéramos equivocados. Sin embargo, los lugareños nos reafirmaron que íbamos bien, y comentaron sobre las promesas incumplidas de construir una carretera hasta el poblado levantado cerca de la finca, donde viven la mayoría de sus trabajadores.

La falta de señalización nos perdió por las veredas. Un campesino nos rectificó el camino, y fuimos a parar a la verja que delimita la entrada al Museo Conjunto Histórico Birán.  

Un militar armado, vestido con el uniforme verde del personal de seguridad, nos recibió amablemente y puso las cartas sobre el tapete: no debíamos cargar ningún tipo de bolso para entrar al “santuario”, se nos tomarían los datos de nuestros carnés de identidad o pasaporte;  a los cubanos se les cobraría 10 pesos en moneda nacional y a los extranjeros, 10 convertibles por entrar; por llevar cámaras, la misma cantidad en las monedas respectivas.

Los bohíos en que vivían los haitianos, una valla de pelear gallos, el pequeño hospedaje, la cantina, el punto de correos y la casa familiar conforman lo que fue el batey. La casa patronal, reconstruida luego de ser reducida a cenizas en 1956, preside el conjunto. Las fotografías de la familia, con los padres, las hermanas y hermanos, los objetos domésticos, incluso una mesa de billar, armonizan con exquisitez el interior.

La escuelita de color gris y techo a dos aguas, con los pupitres donde los entonces niños estudiaron las primeras letras, antes de convertirse en Comandante y General, guarda la misma pulcra armonía del conjunto. 

Antonio, el guía, guiaba las miradas al pasado, custodiadas por un militar y un perro pastor alemán, inseparables de la pequeña comitiva de curiosos. Uno delante y el otro detrás delimitando los movimientos.

Esa hermosa escenografía, con predominio del rojo y el amarillo en las fachadas y los techos, rodeados del exuberante verde de la Sierra Cristal, nos emocionó.   Conmueve saber que en un lugar tan hermoso nacieron los que establecieron la dictadura, destruyeron la nación, dividieron a la familia cubana y condenaron a muerte o a prisión a honestos compatriotas.

Mientras nos cuestionábamos qué falló en la república para que este lugar se convirtiera en un museo, encendimos el motor del auto y nos marchamos del lugar, despedidos por el ondular de los verdes cañaverales, que alguna vez fueron las tierras del Ángel Castro, un  joven que a finales del siglo XIX empuñó las armas  de España contra los patriotas cubanos.

 

GALERÍA DE ARTE
Paisaje de Ruperto Jay Matamoros
CARTELES DE CUBA
GALERÍA DE FOTOS
REVISTA CUBANET
 
CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores y autoriza la reproducción de este material siempre que se le reconozca como fuente.