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8 de octubre de 2008
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¡No lo salva ni el médico chino!

Reinaldo Cosano Alén, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org)  -Son pocos los que conocen el origen de la frase A ese no lo salva ni el médico chino, muy popular entre los cubanos. La frase se refiere a la excelencia de un supuesto doctor de China que residió en La Habana, famoso porque salvó a muchos que estaban ya con los pies apuntando al otro barrio. Hay quienes piensan que el asiático al que se le atribuyen dotes excepcionales no existió, y que forma parte del imaginario popular. Pero el hombre pertenece al mundo de lo real. Se llamaba Chang Bom Biem y fue una eminencia médica.

Chang llegó a Cuba a finales del siglo XIX, como parte de la oleada de inmigrantes chinos traí­dos a la Isla bajo contrato. En realidad se trataba de una forma encubierta de esclavitud.

Bom Biem fue destinado a trabajar como obrero agrí­cola en Coliseo, provincia Matanzas. Pero nadie supo a ciencia cierta, ni consta en ningún archivo cómo pudo el avispado chinito librarse de su condición de esclavo e ingeniárselas para cursar estudios en la Universidad de La Habana, y en una lengua ajena a la suya que, por supuesto, tuvo que aprender. Inteligencia, la proverbial paciencia china y tenacidad fueron los elementos que se combinaron para que el chino se graduara un día no precisado.

Se dice que Bom Biem conocí­a a profundidad la medicina tradicional de su país, lo que le permitió hacerse de una buena clientela, comprar su libertad y costearse los estudios universitarios. Es probable que al enrolarse en la expedición que lo trajo a Cuba, Chang poseía una sólida cultura general que le abrió el camino hacia las aulas.

La fama del médico se extendió por toda la Isla y el extranjero. Chang estableció su consultorio en la capital, en el Barrio Chino. Allí acudí­an individuos de todas las clases sociales con el propósito de mejorar la salud o salvar sus vidas.  Chang vivió muchos años, y cuando murió su funeral fue una expresión de duelo popular.

Ramón Li es otro médico chino. Gozó también de merecida fama por sus certeros diagnósticos, las curaciones que realizó y por las vidas que rescató de la muerte. Al igual que su compatriota, Li abrió su consultorio en el Barrio Chino, en Zanja y Soledad. Como Chang, practicaba la acupuntura, yoga y otras técnicas asiáticas.

Li salvó la vida de la hija de un acaudalado comerciante, gravemente enferma, y se enamoró de ella. La muchacha le correspondió, aunque los padres de la criolla se opusieron tenazmente al noviazgo. Un día, el chino la raptó y se marcharon de Cuba. Hasta el día de hoy no se sabe qué le deparó el destino a la pareja. Pero a los padres de la muchacha no los salvó ni el médico chino.

 

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